Susurro de manzana.

Lo cuento bajito, así susurrando porque si no se pone loca.
Mira que insisto, pero parece que no quiere entender que es ella la única capaz de dar a luz esos platos.
Sonríe sonrojada diciendo que es a causa de una buena receta, pero bien sabemos que por más recetario milenario que tengamos en mano, su toque es imposible de igualar.
Es que literalmente se mete de lleno en la preparación.
Sus manos se confunden con los ingredientes.
Su olfato marcan los puntos de cocción
Sus ojos, verdes como una palta en su perfecto estado de madurez, combinan los colores para hacer ese plato aún más tentador.
Su corazón marca el ritmo.
Sin darme cuenta me encuentro haciendo sus mismos movimientos.
Revolviendo envolvente como me enseñó, sin aplastar la preparación, porque necesita aire!
Amasando con pasión.
Oliendo igual que ella las frutas para buscar su punto justo.
Apretando el melón.
Acariciando la textura del limón para ver si está jugoso.
Batiendo con la misma fuerza.
Disfrutando el durante y el después.
Esperando a que esa persona coma tu plato, esa caricia al alma. Caricia que recibí desde el día que nací, porque hasta un arroz con queso lo espolvorea con ese “no sé qué”. Si claro, son las recetas.
Por eso te digo…no te ilusiones, por más que sigas al pie de la letra esta receta, dudo que te salga como a ella. Es ella, no la receta, no se da cuenta? Es su amor, su dedicación, su sabiduría y su intuición la que hace que te exploten los sentidos al comer sus creaciones.
Te la cuento, pero shhh…que no se entere, dice que la quiere guardar para sus nietos, como si alguien podría igualarla siguiendo estos pasos.
No te esfuerces en preparar un “crumble” que es la mezcla de harina, manteca y azúcar en forma de arena, mismas cantidades, harina un poco más nomás, por que dudo que te quede igual de crocante que a ella.
De nada vale la pena que hagas una compota de manzanas verdes…en una cacerolita, con agua, limón, azúcar, una rama de canela y algún dulce, cayote queda genial.
Después ni te gastes en llenar una budinera así:
Crumble+granola+nueces picadas+compota manzana mezclada con bananas fileteadas+capa de dulce de cayote+nueces+granola+crumble.
Si llegaste acá es porque te tenes mucha confianza. Mete la budinera al horno hasta que el crumble tome color (30 min aprox)….y shhh…cocina un poco de crumble aparte y tiraselo encima una vez listo…ja..como si eso fuera a salvarte!

QUE LA COSA EN OFF !



Nuevamente Que la Cosa no quede en picada estuvo presente en el evento OFF la revista online italoargentina. El evento fue genial. Leimos historias, comimos profiteroles, vinieron familiares y amigos varios. Por cierto, mil millones de gracias a todos los que se acercaron y participaron en nuestro espacio y en todo el evento. Gracias Gabi por darnos otra vez un rincon (que cada año va creciendo más, jajaja) Son estas cosas las que acarician el alma y hacen que de muchas ganas de seguir escribiendo historias con sabor.

aqui el link para ver algunas fotos!

GRACIAS !

Porvenir dulcemente incierto.


Es extraño llegar a la estación sin saber si es temprano o tarde. El reloj del hall central, grande y en hora no ayuda en nada. Empacar tampoco le fue nada fácil. Es que cerrar una valija que está muy llena es fácil, se trata de hacer un poco de presión de un lado, dale, apretá vos de ahí también, queres?! sentate arriba a ver si en una de esas y tarde o temprano el cierre cede. Lo difícil es cerrar una valija sin estar seguro de si lo que metiste dentro te va a servir de algo.
Atrás quedaron los tiempos de la obsesiva planificación. Esa ilusión de mostrarse al mundo como una mujer interesante, que sabe lo que quiere y donde quiere llegar. Por suerte el tiempo y los improvistos le hicieron dar cuenta que en realidad guionarse al vida por adelantado solo la hacía más predecible.
Es que la situación era de perder o perder. Cuando las cosas salían tal cual lo planeado, parte de ella estaba feliz, todo muy lindo, gracias por venir, muy rica la cena, a ver cuando nos vemos. Pero después que los invitados habían terminado los profiteroles del postre y habían pedido el remis, ella se quedaba a solas con el detergente, los platos y ese sentimiento de sin sorpresas. Porque sabía que Miguel iba a hablar de su trabajo con la pasión que una madre cuenta que va a ser abuela. Como si la importación/exportación fuera una profesión para tener tribunas en el despacho. Porque estaba segura que Ana iba a hacer rancho aparte con Rita, hablando del último capítulo de la serie de vampiros y porque era obvio que los chicos iban a dejar de levantar la vista a la mitad del segundo plato gracias a su nuevo celular con acceso Internet.
Y cuando la cosa salía mal entre comillas, ella no sabía como contener su ansiedad. Le faltaba cintura para responder sobre la marcha, para disfrutar lo que le toca.
Lo bueno es que entre algunas salidas de viernes por la noche sin reservas en restaurantes ni entradas compradas previamente y dándole más crédito a los los mensajes en los sobrecitos de azucar, al Ichin y a las galletas de la suerte, la cintura para lo inesperado se va alongado.
El primer paso fue entrar a ver una película eligiéndola sin leer ninguna crítica, simplemente usando el sistema de selección infalible del tateti. El segundo fue subir al subte y bajarse en la estación que más la llamaba. La adrenalina de no saber qué estaba haciendo era tan grande como la de tirarse en paracaídas.
Esa mañana de jueves en que nadie la iba a extrañar en su trabajo, ella salió con todo lo necesario para el gran salto. En lugar de antiparras, ella decidió llevar su música formato mp3. En lugar de paracaídas, llevo esa maleta que tanto tardo en armar. Estaba lista para despegar. Llegó a la boletería y dijo: “Quiero saltar en el próximo vuelo.”

....

Final alternativo:


Estaba lista para despegar. Llegó a la boletería y dijo: “Dame un billete al próximo destino que empiece con la letra S.” Hoy en día, ella trabaja en una hosteria que algún día será propia, dándole a los turistas diferentes rutas para conocer la ciudad, siempre con unas horas libradas a perderse por las calles y descubrir el verdadero San Salvador de Jujuy.


Final alternativo:

Estaba lista para despegar. En seguida el señor que estaba detrás suyo en la fila hizo dos pasos al frente y le dijo: “Solo me atrevo a hacerle esta propuesta por que veo que habla muy en serio”.
Días más tarde ella vestía de blanco y cantaba en sanscrito. El señor viajaba a un retiro espiritual en Capilla de Monte, Córdoba y no dudo en invitarla a vivir la experiencia. A partir de ese viaje ella nunca más uso reloj.



Final alternativo:


Estaba lista para despegar. Llegó a la boletería, miro al vendedor y dijo: “¿A donde te irías de vacaciones?” Sorprendido por no enteder la pregunta respondió: “A Brasil. Me iría a Brasil.” Exactamente una semana después, el vendedor recibió una postal desde Foz de Iguazú diciendo: “Obrigado pela dica. Adorei as cataratas.”


Final alternativo:

Estaba lista para despegar. “Como no Señora, está saliendo en este preciso instante un tren a Tierra del Fuego”. Ella dudó, no tenía abrigo suficiente. Ella se rió de haber tenindo esa duda, al ver por primera vez en su vida un pingüino. Lloró. Solo los había visto en dibujitos y fantasías que hace tanto había dejado atrás. Cayó en la cuenta que toda fantasía nace aunque sea de una milésima de realidad y que ella por vivir tan aferrada a su real realidad había perdido la magia de fantasear. Volvió a su realidad, volvió a vivir su día a día, pero la tiñó con unas gafas violetas de lentes a estrellas.


Final alternativo:

Estaba lista, tanto ella como su valija. Faltaba media hora para que abra la boletería, así que decidió tomarse un café en el único bar abierto de la estación. El mal humor del chico que atendía no le afectó, tampoco lo hizo el sabor a café de maquina de estación. Sin embargo lo que si la afectó fue un simple sobrecito de azúcar que decía: “Por más lejos que viajes, tus problemas te alcanzan.” Así que sacó su libretita, abrió el elásticó de la tapa y comenzó a hacer una lista de todos sus problemas. Su vieja obsesión por controlarlo todo, su constante indecisión, su dificultad para olvidarse de Diego, su traba para hablar con desconocidos, incluso anotó su temita de celulitis. Arrancó la hoja, y la metió en un buzon con destino a China. Después de todo, si sus problemas la iban a alcanzar, por lo menos que viajen lo suficiente para darle a ella unas semanas de ventaja.






Diseño: Malena Soto

El cielo de los pelotudos.

Marcos no era un tipo de muchas luces. Desde chico, su madre tenía que andarle encima para llamarle que tenga cuidado y que no sea tan pelotudo. Es que cuando uno es chico no tiene mucha consciencia del peligro.
La curiosidad puede más y cuando uno ve dos agujeros en la pared quiere meter los dedos o unas tijeras a ver qué pasa. Y digamos que Marcos, tenía mucha curiosidad.

Por eso la madre además de tener que tapar todos los enchufes de la casa, tuvo que comprar cubiertos de goma, poner red en la ventana (a pesar que vivían en planta baja) y ponerle candado a la heladera para que Marquitos no se meta a jugar a la escondida y termine como Walt Disney.

Su padre, el Dr. Gutierrez, psicólogo, al principio creía que Marquitos se comportaba de esa manera para llamar la atención. Cosas típicas de la edad. Pero cuando lo encontró secándose el pelo con la hornalla de la cocina, no aguantó más y lo llevó a ver a un colega especialista en preadolescentes.
Después de tres sesiones, el psicólogo no tuvo más remedio que citar a los padres de Marcos para una entrevista.

El psicólogo pidió a Marcos que espere en la sala. La madre temía lo peor: que su querido hijo tenga tendencias suicidas. Tenía pánico que el diagnóstico del médico sea que su pequeño retoño no valoraba la vida y que la opresión de la sociedad era tan grande en su personalidad, que había logrado opacar las primaveras de su juventud.

El psicólogo se dio cuenta del nerviosismo de la madre y decidió ser duro y al grano: Tranquila señora, Marquitos no tiene nada grave, su hijo es, simplemente, un pelotudo. Pero como le dije antes, no hay que tener miedo, la pelotudez es algo humano. Es más, como ustedes sabrán, pelotudos hay por todos lados. Sobre todo manejando taxis o en el Congreso.

Estuve investigando al respecto y descubrí que hay estudios que indican que la pelotudez puede ser curada. Para esto hay que trabajar arduamente sobre cuestiones fundamentales del subconsciente, aunque también debo admitir, que la misma universidad, meses después publicó un estudio en el que dice que la pelotudez humana no tiene límites. Así que podríamos decir que las chances de que Marcos deje de ser un pelotudo son 50 y 50.

Los padres salieron del consultorio sin entender demasiado. Y entraron rápidamente en la etapa de la negación. No podía ser que su hijo sea tan pelotudo.
Sin embargo, meses después, en la sala de espera del Hospital Zubizarreta, el padre llorando desconsolado, dio el brazo a torcer y cuando el enfermero de turno se acercó para consolarlo dijo: Es verdad, no hay como ocultarlo más, mi hijo es un pelotudo, un reverendo pelotudo.

Lo que había pasado era que en un documental sobre el viejo continente, o en un programa de Marley por el mundo, para ser más específico, Marcos había visto que en Inglaterra, los autos andan en sentido contrario. Por tanto los peatones, tienen que acostumbrarse a mirar hacia la derecha, en lugar de a la izquierda. Y eso fue exactamente lo que hizo Marcos al cruzar la calle Londres. El problema es que era la calle Londres de Parque Chas. Por suerte el Fiat 147 venía a despacio, a 20 km/h, que era la máxima, dado que se trataba de una zona residencial.
Sólo por eso, Marcos pudo contar el cuento.

Las tragedias/pelotudeces en la vida de Marcos se fueron sucediendo unas tras otras. Como cuando intentó sacarse el piercing de la ceja con una moladora industrial. O cuando se quedó sin nafta y usó la técnica del bidón y la manguera, mientras se fumaba un cigarrillo.
Lo sorprendente era como Marcos tenía el mismo talento para la pelotudez como para sobrevivir a todas y cada una de sus hazañas.
Pero al fin de cuentas era sólo cuestión de tiempo.

Así fue que Marcos se juntó con sus amigos a ver el partido del domingo y después del asado, el chorizo, la morcilla, el pedacito de chinchulines que compartió con Claudio, las papas fritas, la ensalada mixta, el vino y el helado, llegó el momento del café. Marcos ya estaba más que satisfecho, pero él nunca supo decir que no al café con galletitas. Le encantaban todos los tipos de galletitas. Eran su debilidad. Y cuando vió llegar la bandeja recién sacadas del horno, se le hizo agua la boca. Después de comer la quinta galletita dijo: Pero qué ricas che, ¿de qué son? De nuez, respondió Gladis. Están buenísimas, concluyó Marcos. Claudio se quedó pensando y dijo, Che Marcos ¿vos no eras alérgico a la nuez? Al coco, dijo Marcos, al coco era alégico yo, a mi la nuez no me hace nad… No terminó la frase que ya estaba violeta y en el suelo. La ambulancia tardo 45 minutos en llegar.

Marcos vio la luz y se acercó hasta ella a ver si había alguien con un vaso de agua para bajar las galletitas, que las tenía atragantadas. Un hombre de barba y vestido de blanco lo estaba esperando.

Buenos días,
¿Tiene un vaso de agua? Es que me comí unas galletitas y …
Aquí tiene.
Marcos se bebió el vaso de agua de un sorbo.
¿Sabe usted donde está? Preguntó el señor de barba.
Marcos vio a su alrededor y vío que había un humo blanco por todos lados.
¿En un concierto de reggae?
No señor, usted ha muerto y está en el cielo. Y para entrar tiene que registrarse.
Uff, que bajón, odió que rellenar formularios. Respondió Marcos.
¿Nombre? Marcos Gutierrez. ¿Edad? 37 años. ¿Domicilio? Victorica 2346 PB A. ¿Código postal? Para qué el código postal?, ¿me van a mandar una postal o algo?
Aquí las preguntas las hacemos nosotros Sr. Gutierrez. Dígame ¿de que ha muerto?
Bueno hasta donde me acuerdo, estaba comiendo unas galletitas y me olvide que era alérgico a la nuez.
NO, disculpe interrumpirlo, señor gutierrez, pero si usted está aquí es porque se murió de pelotudo. A ver vamos de vuelta, ¿de que se murió?
Unas galletitas que.
De PE
No pepas no de nuez eran.
PE – LO
Disculpe no le entiendo.
De pelotudo Marcos, usted se murió de pelotudo. ¿No me entiende cuando le hablo?
O sea que las galletitas…
Nada, las galletitas nada, de pelotudo, créame. Las reglas son claras: a partir de ahora cada vez que le pregunten, usted tiene que decir que se murió de pelotudo. ¿Está claro? Esto lo hacemos para igualar los niveles de pelotudez, no sea cosa que nos vayamos a discriminar entre nosotros. Sería una pelotudez.
Y, un poco de sentido hace.
Genial, entonces no me queda más que decirle, bienvenido al cielo de los pelotudos señor Gutierrez, aquí tiene su pijama, sus sábanas y su gorrito de dormir con pompón.
Pero, ¿en serio me tengo que vestir así? Con este gorrito parezco un … ok ya entendí.

Marcos se despidió del señor de barba y caminó entre la niebla hasta encontrarse con un gran portón. En la puerta había un cartel que decía: EMPUJE. (Estimado señor pelotudo, por favor, antes de accionar, relea este cartel con atención)
Esto último confundió un poco a Marcos que decidió tirar, luego tirar de nuevo y por último y después de leer el cartel, tirar con más fuerza. Finalmente vino alguien de adentro y le abrió la puerta.

Marcos tenía un poco de intriga de saber como sería el cielo en el que iba a permanecer por toda la eternidad. Infló el pecho de aire y entró, no sin antes tropezarse con la única piedra que había entre tantas nubes.
La risa del resto de los pelotudos no se hizo esperar.
Marcos levantó la vista y conoció a sus compañeros de cielo. Augusto, entre risas, se acercó a ayudarle y le dijo, Tranquilo que no sos al primero que le pasa ni al último. Vení pasá. Conocé al grupo.
Todavía se escuchaban las risas de algunos cuando Marcos se acercó a saludar.
Hola buenas, soy Marcos.
En coro, todos los pelotudos dijeron: Bienvenido Marcos. Y luego se fueron presentando de uno en uno.
Así fue que Marcos conoció a Augusto, Rubén, Mónica, Walter y a Juan.

Las instalaciones estaban completamente a la altura de la situación. Carteles de Cuidado y peligro por todos lados. Todos los bordes tenían protección de goma espuma, la piscina no tenía parte honda y hasta el último detalle estaba cuidado para ser anti-pelotudos.

Vamos que te llevo a conocer el resto del lugar. Dijo Augusto y le hizo un gesto para que se suba de acompañante en su bicicleta con rueditas.
Marcos se subió sin pensarlo dos veces. Se colocó el casco, las coderas y rodilleras y emprendieron el viaje. Augusto lo llevó por todos lados y le presentó a cada pelotudo que pasaba.
Augusto y Marcos jugaron carreras de caballos en calesita, a los dardos sin punta y armaron un puzzle de 15 piezas. Y al poco tiempo ya eran amigos. Por lo tanto, Marcos se atrevió a preguntar:
Augusto, ¿de qué te moriste?
De pelotudo, igual que todos. ¿Por?
No en serio, contame, no te voy a juzgar, no seas pelotudo.
Augusto miró a ambos lados. Bueno, pero prometé que no le vas a contar a nadie.
Pasa que yo trabajaba en el Zoologico y claro uno se aburre, y entre los compañeros nunca falta el que empieza: A que no tenés huevos de meterte en la jaula del tigre blanco. Te faltan huevos. Tenés menos huevos que una rosca de pascuas. Y a mi nadie me dice rosca de pascuas.
En ese momento pasa un pelotudo en un triciclo: ¡Qué haces!, rosca de pascua.
Tu puta madre, hijo de puta! Se le fue la boca a Augusto. Bueno, ¿por dónde estaba? Por entrar en la jaula del tigre blanco.
Ah sí, pasa que como gran pelotudo que soy, dupliqué la apuesta.
¿Te metiste dos veces?
No pelotudo, me metí con dos bifes de costilla colgados en el pecho.
¡Qué pelotudo!
Ves porqué no te cuento. Al final sos como los demás.
No tranquilo, se me escapó.
Bueno el que no se escapó del tigre blanco fui yo. Y acá me tenés. ¿Y a vos que te pasó?
Marcos le contó su historia. Augusto se rió y estuvieron a mano.

Las primeras semanas pasaron rápidas, nadando con flotadores, tomando sol con protector 50, comiendo con cubiertos y platos de plástico. Sin embargo, algo en Marcos no estaba bien. Augusto y el resto del grupo se acercaron a hablar con él.
¿Qué te pasa Marcos? ¿Por qué ya no te divierte hacer collage con tijeras sin filo?
No se Augusto, a veces pienso que este lugar es perfecto para nosotros, demasiado perfecto. Tanta seguridad, tanta protección, no nos da lugar casi a hacer pelotudeces.

Pero de eso se trata Marcos, le dijo Rubén, éste es nuestro lugar, un cielo pensado especialmente para nosotros.

Sí, todo lo que quieras, pero lo que me pasa es que, en el fondo a mi me gusta ser un pelotudo, ¿me entendés? Yo nací un pelotudo y fui un pelotudo toda mi vida y ahora llego a este lugar y no puedo hacer nada. ¿Sabés hace cuánto que no me mando una pelotudez? ¿Y vos Juan, hace cuánto que no escupís contra el viento? Mónica, todos sabemos que desde que quisiste cambiar la bombilla de la luz interna de la piscina de tu casa que no te mandás ninguna. Rubén, no me hagas hablar. En serio, ¿a ustedes les gusta este lugar? ¿No sienten que disfrutarían más haciendo lo que mejor saben hacer?
¿Qué cosa? Preguntó Walter.
Pelotudeces Walter, pelotudeces. ¿De qué voy a estar hablando, pelotudo?

Bueno, pensándolo así, yo también hace rato que no…
Ves lo que digo, Agusto, este lugar nos coarta. Si realmente queremos estar a gusto aquí, las cosas tienen que cambiar.
Poco a poco y pelotudo a pelotudo, Marcos fue convenciendo a todos, incluso al barba de la puerta, de que el cielo de los pelotudos sería un lugar mejor sin tantas restricciones.

Hoy en día, cada nuevo pelotudo que llega al cielo, es libre de hacer todas las pelotudeces que quiera por toda la eternidad. Ya sea jugar al freesbee de fuego, o descongelar la heladera con una plancha eléctrica.
Después de todo, hay que ser muy pelotudo para morirte después de muerto.

Derretidos en el tiempo.



Hacía exactamente 364 días y algunas horas desde el último encuentro con los del secundario.
En ese año hubo terremotos, incendios forestales, manifestaciones, nacieron miles de niños, muchas flores crecieron y marchitaron, hubo elecciones y ganó el menos peor, cientos de parejas dieron el Sí y la mitad de ellas ya están divorciadas, los Rolling volvieron a River y Mirtha volvió a decir que este era su último año en TV, pero a pesar de todo eso, en la vida de Lorena no había pasado casi nada. Seguía en el mismo laburo, con casi el mismo sueldo más ticket. Conoció un chico, bueno dos contando el repartidor de pizza, pero digamos que este último fue bastante fiel a su profesión y así como vino, entregó el pedido y se piró.
Por tanto podemos decir que sólo conoció a Miguel. 32 años, soltero, con el mismo gusto para el cine, de buena cama pero no tan buena charla. Para ella era divertido por un tiempo, pero a la tercera vez que salió en cita doble con una pareja de amigos, se dio cuenta que Miguel sólo sabe hablar o de cine o de All Boys, su segunda pasión y lo peor de todo, es que la mayoría de las veces hablaba del guión del documental que está escribiendo contando la historia del equipo de Floresta. Por tanto, a Lorena le cayó la ficha que era preferible seguir con su historia inconclusa y eterna con el viejo y conocido Javier, que por más que sea una película repetida, tenía más chances de tener un final feliz.
Llegó una vez más el encuentro de cada año. Esta vez ella decidió poner la casa.
Se negaba rotundamente a pedir pizzas y empanadas otra vez.
Tenía que cocinar para 6. O sea rápido de cocinar, fácil de comer y poco de ensuciar.
Ah, y rico.
Miró su mesa ratona y sonrió por que finalmente esa olla que nunca uso iba a dejar de ser maceta. Llegó el momento de estrenar su fondue, lo único que llegó a canjear antes de que se le venzan los puntos de la tarjeta de crédito. La verdad es que no tenía idea de cómo se hacía una fondue de queso. Googleo y 6 page views más tarde ya era una experta.
Parecía fácil: Había que rallar 3 tipos de queso en cantidades iguales, llegando a 150 grs por persona(Fontina, Emental y Gruyere). Después cortar al medio un ajo y frotarlo contra las paredes de la fondue, así tomaba un gustito especial, o por lo menos eso decía el señor con cara de chef de la página de recetas. Después poner a hervir 1 vaso de vino blanco y empezar a agregar los quesos muy de a poco e ir mezclando en ochos hasta que se derritan y se haga homogénea la mezcla. Antes de terminar, agregarle pimienta, un chorrito de kirsh y un toque de alguna especie si quería, comino por ejemplo.
La receta ofrecía además un listado de cosas para hacerse un festival del queso derretido:
Pan tostado, salchichitas, albóndigas, tomates cherry, papines sarteneados, champignones salteados, cebollitas doradas y manzana verde. Manzana verde*? Eso no lo compro. Supuso que era un error. Internet a veces le pifia.
Luego de un suceso de mails para ponerse de acuerdo con el encuentro, Lorena anuncia el menú y concretan.
Llega el día. Llegan los invitados. Y llega él.
Como siempre, saluda simpático pero distante a la vez. Le lleva un rato recordar quienes eran.
Javier charla con uno. Con otra. Y con todos a la vez, pero nunca charla a solas con Lorena. Parecería que cualquier cosa parecida a una conversación entre ellos que durara más de 5 frases, los incomodara. Es que ni a los ojos se pueden mirar. Un simple cruce de miradas les provoca timidez, deseo, intriga y nostalgia al mismo tiempo. Pero nostalgia de qué piensa Lorena, si al fin y al cabo nunca ninguno de los dos se animó a dar el primer paso. Cual guión de peli pochoclera: cuando ella estaba soltera, él de novio. Él se separa, ella se va a convivir. Y así encuentro tras encuentro. O mejor dicho, desencuentro tras desencuentro.
¿Existirá el tiempo de coincidencia? Al final, es la diferencia de tiempos la que define cuántas historias.
Esa noche él estaba soltero, por lo menos eso le dio a entender. Ella también.
La cena sucedió como todos los años, en medio de las misma anécdotas de siempre, recordando quienes fueron, haciendo las bromas de antes, reviviendo viejos apodos, remarcando una y otra vez el paso del tiempo.
Después de la tercera botella de tinto aparecían las historias más jugosas, las acusaciones, las confesiones y los secretos, que en realidad dejaban de serlo año tras año, porque siempre se revelaban los mismos. Es que la historia no se renueva. El hecho de encontrarse a conmemorar hacía que la amistad quede en pausa en ese preciso instante conmemorado. Todo se resumía a contarse lo mismo pero con 1 año, 10 canas y 3 kilos más.
En medio de la charla se buscaban.
Él buscó donde meter un comentario inteligente para sorprenderla, pero bastó que se atreva y lo largue, para que el estornudo del Pelado lo tape.
Ella buscó qué música poner de fondo, para que él se dé cuenta de que a pesar de escuchar banditas nuevas seguía con el mismo gusto musical. O sea que se renovaba pero seguía siendo la misma, pero acto seguido vino Katy y enchufó su mp3.
Pasan las horas, la cena se termina y ni una cruzada de miradas. Lorena se pone a lavar los platos para calmar la timidez, el deseo, la intriga por lo que puede llegar a ser y no rompe ni 1, ni 2, rompe 3 vasos.
Se van todos, y él con la vieja excusa de ayudarla a ordenar, se queda último.
Los chistes seguían mientras Lorena seguía lavando, y ya no sabía que lavar para mantener las manos ocupadas.
Él se acerca a la bacha, se apoya en su hombro y espía como sus manos juegan con el agua y las burbujas. Minutos más tarde sus guantes naranjas colgaban de la canilla.
El agua siguió corriendo, se rompió un cuarto vaso y el detergente paso la prueba de la espuma.
Se levanta la pausa, la historia corre otra vez.
Futuras historias para recordar. Nuevos secretos para confesar.

*Años más tarde, comiendo fondue en otra casa, Lorena se dio cuenta que lo de la manzana verde no erar un error, por el contrario, era el secreto de la receta. No dejen de probarla.

Diseño: Carolina Fascetto

Pato a la White Album.


Desde pequeña, Mariana respira música. En su cuna no tenía un móvil con música, sino un wincofon y una colección interminable de discos de rock que escuchaba cada noche antes de dormir.

Su madre no deja pasar una Navidad sin hacerla pasar vergüenza contando la misma historia de cuando era pequeña.
Al parecer, Mariana colcaba todos sus juguetes en formación. Algunos ya tenían efectos sonoros incórporados, otros juguetes eran mudos. Pero con estos últimos no había problema, porque Mariana se encargaba de enseñarles a cantar y después de pasar la respectiva audición, les daba un puesto dentro del coro.
Como es el caso de su oso Vespucio (Tenor).

Mariana, como muchos niños, cantaba bajo la ducha, pero también cantaba cuando se estaba secando, cantaba en la calle, en el colectivo, durante la clase, en el recreo, cuando se lavaba los dientes, a veces, hasta cantaba dormida.

Llegó la escuela primaria y junto con ella, la alfabetización, el análisis sintáctico, las matemáticas, ciencias sociales, naturales, la educación física y ,por supuesto, la clase de música.
El recreo de los martes a las nueve, era el más largo de todos. Tal vez no en minutos, pero sí en incertidumbres, ansiedades, en querer ver de nuevo ese mamotreto de madera siempre cerrado con una llave tan pequeña que parecía de juguete. Esa alfombra de teclas que sentada en un extremo le parecía que no tenía fin. La barba del profesor le daba la autoridad para elegir la canción que todos iban a cantar y al que le guste bien y al que no también.

Pero Mariana estaba contenta en formar parte del coro, sin importar si cantaban “Pipa de la paz” o “el Himno Nacional”. Ella cantaba con todas sus fuerzas, hasta quedarse sin aire. A veces miraba a los costados y veía que al coro le vendrían bien algunos de sus juguetes, como la muñeca Vladimira o su tenor estrella, Vespucio.

En la adolescencia tuvo alguna que otra banda. Ninguna duró más que un verano, es difícil compartir un objetivo en común entre cinco integrantes, cuando ninguno de ellos tiene la más pálida idea de lo que quiere de la vida. En el conservatorio fue conociendo más y más gente. Hoy es ella quien da clases en la escuela. Pero a diferencia del profesor con barba, Mariana nunca deja el mamotreto con llave, porque adora llegar a clase y que ya haya intrépidos que no superan el metro y veinte que se avalanzan a los acordes sin tener miedo a estar desafinando.

Mariana no tiene ninguna alarma en su vida. No porque no tenga compromisos que la obliguen a llegar a horario. Es que ella se encarga de despertarse con su canción preferida y si llaman a su celular tampoco suena como los demás. Si por acaso llega tarde, es porque sabe que nunca hay que perder el ritmo y que en lugar de apurarse, es mejor dejar una nota al aire y retomar el compás cómo si nada hubiera pasado.

Mariana no tiene cable, tiene instrumentos y si vas de visita a su casa siempre terminás tocando alguno. Mismo que no seas un virtuoso de la música, ella te sigue y algo se inventa. Ella siempre dice: “si tienes el suficiente ritmo para caminar, tienes ritmo para la música.”

Su discografía tiene desde singles y LP´s hasta Mp3. Algunos discos incluso los tiene en más de una versión. Entre sus preferidos está el disco The Beatles, también conocido como The White Album por el color de su tapa.
Algunos podrán decir que es clásico de más, pero no por eso deja de ser una gran joya musical, que sigue inflándole el pecho cada vez que lo escucha.

A la hora de cocinar, en sus recetas nunca falta el ingrediente musical.
Por eso antes de ponerse a cocinar, pone PLAY.

El horno ya está caliente. Ella trocea y sala el pato hasta la tercer estrofa de “Back in the U.S.S.R.” Le coloca el romero y lo mete en el horno. Ahora se da el lujo de bailar un poquito: “I'm back in the U.S.S.R. You don't know how lucky you are boy. Back in the U.S.S.R.” y empieza a preparar la salsa de ciruelas.

Coloca aceite de oliva en la sartén y sabe que cuando John cante: “Dear Prudence, won't you open up your eyes?” el aceite ya estará caliente. Entonces coloca la cebolla a rehogar. Cada vez que prepara este plato le causa gracia saber que la cebolla va a quedar cristalina cuando termine “Glass Onion”.
Llegó la hora de poner las ciruelas para que suelten su propia azúcar.

“Ob-la-di, ob-la-da, life goes on, brah!... Lala how the life goes on.” Y Mariana pone una olla de agua a hervir y aprovecha para abrir el horno y poner un poco de pimienta negra.

Espera a que George cante “With every mistake we must surely be learning. 
Still my guitar gently weeps.” Para añadir el azúcar y el vino y dejar reposar.
Y ya cuando va por la parte de: “I look at you all see the love there that's sleeping. 
While my guitar gently weeps. I look at you all. Still my guitar gently weeps.”
Mariana añade la mantequilla para que la salsa espese un poco y la deja conservar a fuego bajo para que se reduzca.

Justo en el final de “I´m so Tired” y antes que empiece “Blackbird”, se apura a colocar las papas en el agua, abrir el horno y sacar el pato para bañarlo en la salsa. Lo vuelve a dejar en el horno y decide ponerse a bailar por toda la cocina, cantando y usando la cuchara de palo como micrófono:

“Blackbird singing in the dead of night.
Take these broken wings and learn to fly.
All your life.
You were only waiting for this moment to arise.

Black bird singing in the dead of night.
Take these sunken eyes and learn to see,
all your life,
you were only waiting for this moment to be free.

Blackbird fly, Blackbird fly.
Into the light of the dark black night.

Blackbird fly, Blackbird fly.
Into the light of the dark black night.

Blackbird singing in the dead of night.
Take these broken wings and learn to fly.
All your life.
You were only waiting for this moment to arise,
You were only waiting for this moment to arise,
You were only waiting for this moment to arise.”

Se olvida del pato y el horno hasta que Rocky entra a su habitación sólo para encontrar la biblia, mientras Mariana abre y hace el segundo baño de salsa.

Mientras John le canta una canción de amor a Julia, Mariana apaga el fuego de las papas.

Las deja en el agua caliente hasta que temine “Birthday”. Entonces las cuela, coloca manteca, sal, leche, nuez mozcada y comienza a pisar. Ella jura que el secreto de su puré es no usar el pisapapas, que con un tenedor basta y sobra.

Se emociona y le dá con más y más fuerzas al tenedor mientras canta:
“Take it easy, take it easy. Everybody's got something to hide except for me and
my monkey.”

Y para cuando llega “Helter Skelter” ella sabe que el puré ya está lo suficientemente pisado, pero le es inevitable agarrar el tenedor de nuevo cuando Paul empieza: “When I get to the bottom, I go back to the top of the slide, where I stop and turn and I go for a ride. Till I get to the bottom and I see you again, yeah, yeah, yeah

Espera a que George termine de cantar “Savoy Truffle” y apaga el horno. Comienza a poner la mesa. Sirve los platos y salsea por última vez el pato mientras suena el número nueve repetidas veces.

En ese momento, su marido y su niña entran tarareándo a la cocina con las manos recién lavadas y se sientan a la mesa, no porque Mariana los haya llamado, sino porque Ringo comenzó a cantar “Good Night.”










Aclaración para abogados: El Album “The Beatles” y todas las letras de canciones mencionadas en esta historia son propiedad intelectual de The Beatles.
Por favor, a la hora de pensar en si deberían hacernos juicio o no, recuerden que esto no es más que un simple homenaje.

Arte de tapa: Marcelo Ginni