Receta para un sueño.



Despertó transpirado, la cama desarmada, el despertador en el piso, roto.
Fue un sueño de esos tan reales que necesitás que sigan para terminar de resolver lo que estaba sucediendo. Sino queda como un vacío, porque por más que sepas que es tan sólo un sueño hubieses querido intervenir para darle ese final. Una vez más, queriendo manejar lo inmanejable.
Quiso volver a dormirse, para retomar el sueño y resolverlo a su manera. Dio vueltas y vueltas en la cama. La almohada pasaba de cómoda a incomoda en segundos. Cuanto más cambiaba de posición, menos conseguía dormirse. Se resignó y decidió levantarse.
El sueño inconcluso daba vueltas en su cabeza, una y otra vez.

Al preparar el desayuno el olor a pan tostado le recordó algo…en algún momento del sueño, él lo había sentido. Sí. Era de mañana, ella estaba ahí. Unas tostadas saltaban de la tostadora. Miró el reloj, era tardísimo.
Se vistió para ir al trabajo, como siempre, combinando zapatos con cinturón, camisa con corbata. Marrón, con marrón, lisa con rayas. Ya era algo que tenía automatizado, pero hoy le molestaba. Le molestaba de una manera que no entendía. Juntó fuerzas y se animó a descombinar por primera vez. Negro con marrón, rayas con rayas. No, liso con marrón, rayas con negro. Su cabeza estaba revuelta y así quería estar exteriormente. Revuelto. No quería ocultar lo que le pasaba, ya no.

Al subirse al ascensor se cruzó con su vecina. Llevaba puesto su perfume cítrico más intenso. De nuevo, la fragancia le evocó un recuerdo del sueño. Unas manos rayando cáscara de limón. Eran las manos de Vicky. Estaba seguro de eso. El podía reconocer esas manos entre miles, sin importar el tiempo que pasó desde que esas manos se habían ido de su vida.
En el subte entre estación y estación parecía que el sueño se hacía más presente. Será la falta de luz que lo hacía ver más claro. Seguía tratando de darle forma al sueño. Aún así no terminaba de entenderlo.

Llegando al trabajo empezó a hilar situaciones que se le cruzaban.
Lo único que sabía es que sentía una sensación de vacío pero de alivio a la vez. Pero, ¿de dónde venía ese sentimiento?
Llegó a la oficina, saludo a sus compañeros como todas las mañanas, algunos lo miraron con cara rara. No le importó. Siguió su camino. Se preparó un café. De vuelta! El aroma a café le trajo otra imagen. Era ella explicándole algo que las palabras no llegaban a contener. Y era él tratando de entender algo que solo se puede sentir.

Trato de concentrarse en su trabajo pero no podía, seguía sin entender del todo ese sueño. Tenía situaciones aisladas, sentimientos profundos, pero no lograba descifrar que era lo que había pasado realmente.
De nuevo sentía un profundo alivio, hasta su ritmo de respiración había cambiado. Estaba intrigado pero en calma a la vez.

En menos tiempo de lo normal, era hora del almuerzo. Salió a buscar un lugar para comer. Pasó por el bar café restaurant de siempre, pero algo lo hizo volver medía cuadra. Llegó hasta la esquina. Con ojos cerrados llegó a una verdulería. A tientas a agarrar y a oler frutas y verduras. El sueño era más claro. Vicky en su casa. En un desayuno, las paredes eran blandas. No había ni un ángulo recto en la habitación. Ella hablaba, decía algo, mientras se comía una pera. Ya no gritaba. El bocinazo de un Fiat Palio evitó el choque con un 63 que venía por la avenida cortando semáforos. Y también lo sacó a Gustavo de su sueño. En ese momento se dio cuenta: Reconstruir su sueño era posible. Sólo necesitaba los ingredientes correctos.
Agarro un a bolsa y cerró los ojos. Sus manos no elegían, sólo se movían a la voluntad de su olfato. En la bolsa, sólo entraban frutas o verduras que le hacían recordar algo del sueño.

Llegó a su casa pensando una buena excusa para decirle a su jefe. No la encontró. Pero eso no era lo que estaba en su cabeza ahora.
Abrió la bolsa y se encontró con, un limón, dos mangos, champignones, un cuarto de frutillas, cebolla de verdeo, papas, bananas, peras y huevos.
Una mezcla de cosas que parecían no hacer sentido.
Sin embargo, se sacó la corbata, se arremangó la camisa y empezó a cocinar su sueño.
Cortó las frutillas, las bananas, los mangos y las peras en rodajas. Las mezclo, agregó ralladura de limón y desparramo todo en un molde enmantecado y revestido de azúcar. Vicky apareció nuevamente, la habitación, las paredes que ya eran de otro color. Ella lo miraba de cerca. Lo suficiente para verse a si mismo reflejado en sus pupilas. El ensueño duró poco. La inercia lo hizo seguir con la preparación. Otra vez, sus manos se movían como si fueran de otra persona. Batió 8 yemas con 260 grs de azúcar y un chorrito de marraschino, mezcla que había calentado previamente a baño maría cuidando que las yemas no se cocinen, sin darse cuenta armó un sabayon.
Le quedaba la papa dando vueltas, definitivamente en esa preparación no entraba así que le dejo la cáscara, la pincho y la metió al microondas por 9 minutos. Tenía hambre. La cortó al medio, mezclo queso crema con aceite de oliva, la cebolla de verdeo, los champis picados, pimienta y pimentón y se lo untó a la papa. De mientras seguía cocinando lo que los recuerdos del sueño le disparaban.
Cubrió las frutas con el sabayon y metió el molde en el horno fuerte por unos minutos.
Del horno salió otra parte del sueño convertido en aroma. Se mezclaba la frescura de las frutas con la potencia del licor, algo parecido a lo que sentía…liviandad e intensidad a la vez.

La habitación se convirtió en playa, por unas de esos caprichos que los sueños suelen tener. Lo único que se mantenían eran él y Vicky. Dentro del mar. Ella lo besa. Una ola los llevo de nuevo a una casa, dentro de lo que sería era una réplica perfecta de su habitación actual. Un lugar que Vicky nunca llegó a conocer.
Sacó la preparación del horno. No pudo esperar a servir un plato y decidió probar la preparación de la bandeja. Se quemó el paladar. Días después esa quemadura era la prueba de que esa receta no había sido otro capítulo, dentro del sueño.
Era de mañana. Ellos en la habitación. La imagen era simple, él levantándose apurado para el trabajo, ella pidiéndole que se queden refugiados entre sabanas un rato más. El aceptando.
Una situación que alguna vez fue cotidiana.
Risas, caricias, todo era como antes, pero con la diferencia que era hoy.
La puta que lo parió! Gritó mientras tiraba toda la preparación a la basura. Así entendió que algunos sueños es mejor dejarlos inconclusos.




Foto: Juan Christmann

Empanadas Hereditarias.



Hace dos semanas que ella dejo de ser ella. Su mano parece de otra persona. Me pregunto qué sueñan sus ojos cerrados. Seguramente una mezcla de memorias, una colección de anécdotas. La cocina de la casa de la calle Baunes, los chicos, los retos, No te acerques al horno que está caliente, los juegos, hacer empanadas, ayudar a hacer el repulgue en una verdadera línea de montaje fordista. Comer el relleno a cucharadas durante la preparación, lo justo y necesario para después quedar sin hambre en la cena.
Ese relleno de carne, aceitunas y mística. El resto de los ingredientes siempre fue un secreto para mí.
Ahora que pienso, quizás no esté soñando en nada de eso. Esos se parecen más a mis sueños. Son las cuatro menos cuarto de la mañana, hora de cambiarle el suero. O mejor dicho, hora de tocar el botoncito para que la enfermera venga a cambiarlo.
Años cocinando y llenando la panza de todos para que en sus últimos días, su comida sea un líquido transparente dentro de una bolsa de plástico. Qué injusticia.

Aquí estoy, a su lado. Ella en esa cama fría, con esas sábanas frías, esa luz fría. Como me gustaría estar en la cocina de Baunes. Pero no ahora, sino en aquel tiempo, calentita, junto a la mejor estufa que puede haber. No conozco otra estufa de la que salga olor a galletitas, tortas y claro está, también olor a empanadas.
Creo que es a causa de las empanadas que hoy estoy aquí.
Me siento culpable de pensarlo siquiera, pero en algún punto fueron las empanadas las que me hacían ir a visitarla tan seguido. Obvio que la charla, la compañía, formaban parte también, pero a la hora de tomar la decisión entre ir al Shopping, al cine, o de pic-nic al río versus ir a su casa, las empanadas cobraban una importancia.

Si se salva, quiero ser la primera en probarlas otra vez. Y si no, al menos quiero conocer su secreto. Quizás aquí a su lado, en su lecho, sea una oportunidad. Pensaran que soy una insensible. Están completamente equivocados. Una de las principales causas por las que quiero conocer el resto de los ingredientes con sus respectivas cantidades, es porque más que empanadas sería la receta de un antídoto para la soledad. Una garantía de que el día de mañana, mis hijos y mis nietos me vengan a visitar seguido. Los domingos se hacen más largos cuando sos una mujer mayor. Siendo hombre podés lavar el auto, con el partido de fondo. Pero a mí nunca me gusto el fútbol y nunca aprendí a manejar. Me bastó con intentar estacionar el Impala de mi tío. Tras treinta y ocho maniobras, desistí. El oficial a cargo entendió la situación. Todavía la gente era gente en esa época.

Carne, aceitunas, cebolla tenía seguro, morrón, tomate y a veces le ponía pasas de uva. Sal, pimienta, pimentón, comino y aceite de maíz. Porque me acuerdo de la vez que me mando a comprar y traje de oliva. Casi me mata. La nona tenía muchas recetas pero pocas pulgas. Como buena tana, los sentaba a todos a la mesa de un grito. Y cuidadito con que alguien se limpie la boca con el mantel. Todavía me acuerdo del ruido del cachetazo que se comió mi primo por eructar. Así fue que se le cayeron los primeros cuatro dientes de leche. Para mí que le ponía canela, no estoy segura, porque no me hace sentido que le ponga canela, más que empanadas serían un postre. Pero para mí que le ponía. Cinco y veinticinco.

¿Por qué recién ahora me acuerdo de preguntarle tantas cosas? Tuve años y años para hacerlo. Hasta hace poco era una vieja rompebolas, ahora es una fuente de sabiduría a punto de secarse. Si no fuera por este respirador, creo que ya se hubiera ido hace rato. ¿Esto para que servirá? ¿Qué es esa lucecita? ¿y ese ruido? ¿Dónde está el botoncito? Enfermera!, enfermera!? ¿Qué sucede?
No se, no se, estaba todo bien, y de repente…
Salga por favor.
Estaban trayendo el resucitador, llamando de emergencia al Dr. Gutiérrez y lo único que se me ocurrió decir antes de salir de la habitación fue: Canela, pregúntele si les pone Canela.




Fotomontaje: Natalia Dente.