Derretidos en el tiempo.



Hacía exactamente 364 días y algunas horas desde el último encuentro con los del secundario.
En ese año hubo terremotos, incendios forestales, manifestaciones, nacieron miles de niños, muchas flores crecieron y marchitaron, hubo elecciones y ganó el menos peor, cientos de parejas dieron el Sí y la mitad de ellas ya están divorciadas, los Rolling volvieron a River y Mirtha volvió a decir que este era su último año en TV, pero a pesar de todo eso, en la vida de Lorena no había pasado casi nada. Seguía en el mismo laburo, con casi el mismo sueldo más ticket. Conoció un chico, bueno dos contando el repartidor de pizza, pero digamos que este último fue bastante fiel a su profesión y así como vino, entregó el pedido y se piró.
Por tanto podemos decir que sólo conoció a Miguel. 32 años, soltero, con el mismo gusto para el cine, de buena cama pero no tan buena charla. Para ella era divertido por un tiempo, pero a la tercera vez que salió en cita doble con una pareja de amigos, se dio cuenta que Miguel sólo sabe hablar o de cine o de All Boys, su segunda pasión y lo peor de todo, es que la mayoría de las veces hablaba del guión del documental que está escribiendo contando la historia del equipo de Floresta. Por tanto, a Lorena le cayó la ficha que era preferible seguir con su historia inconclusa y eterna con el viejo y conocido Javier, que por más que sea una película repetida, tenía más chances de tener un final feliz.
Llegó una vez más el encuentro de cada año. Esta vez ella decidió poner la casa.
Se negaba rotundamente a pedir pizzas y empanadas otra vez.
Tenía que cocinar para 6. O sea rápido de cocinar, fácil de comer y poco de ensuciar.
Ah, y rico.
Miró su mesa ratona y sonrió por que finalmente esa olla que nunca uso iba a dejar de ser maceta. Llegó el momento de estrenar su fondue, lo único que llegó a canjear antes de que se le venzan los puntos de la tarjeta de crédito. La verdad es que no tenía idea de cómo se hacía una fondue de queso. Googleo y 6 page views más tarde ya era una experta.
Parecía fácil: Había que rallar 3 tipos de queso en cantidades iguales, llegando a 150 grs por persona(Fontina, Emental y Gruyere). Después cortar al medio un ajo y frotarlo contra las paredes de la fondue, así tomaba un gustito especial, o por lo menos eso decía el señor con cara de chef de la página de recetas. Después poner a hervir 1 vaso de vino blanco y empezar a agregar los quesos muy de a poco e ir mezclando en ochos hasta que se derritan y se haga homogénea la mezcla. Antes de terminar, agregarle pimienta, un chorrito de kirsh y un toque de alguna especie si quería, comino por ejemplo.
La receta ofrecía además un listado de cosas para hacerse un festival del queso derretido:
Pan tostado, salchichitas, albóndigas, tomates cherry, papines sarteneados, champignones salteados, cebollitas doradas y manzana verde. Manzana verde*? Eso no lo compro. Supuso que era un error. Internet a veces le pifia.
Luego de un suceso de mails para ponerse de acuerdo con el encuentro, Lorena anuncia el menú y concretan.
Llega el día. Llegan los invitados. Y llega él.
Como siempre, saluda simpático pero distante a la vez. Le lleva un rato recordar quienes eran.
Javier charla con uno. Con otra. Y con todos a la vez, pero nunca charla a solas con Lorena. Parecería que cualquier cosa parecida a una conversación entre ellos que durara más de 5 frases, los incomodara. Es que ni a los ojos se pueden mirar. Un simple cruce de miradas les provoca timidez, deseo, intriga y nostalgia al mismo tiempo. Pero nostalgia de qué piensa Lorena, si al fin y al cabo nunca ninguno de los dos se animó a dar el primer paso. Cual guión de peli pochoclera: cuando ella estaba soltera, él de novio. Él se separa, ella se va a convivir. Y así encuentro tras encuentro. O mejor dicho, desencuentro tras desencuentro.
¿Existirá el tiempo de coincidencia? Al final, es la diferencia de tiempos la que define cuántas historias.
Esa noche él estaba soltero, por lo menos eso le dio a entender. Ella también.
La cena sucedió como todos los años, en medio de las misma anécdotas de siempre, recordando quienes fueron, haciendo las bromas de antes, reviviendo viejos apodos, remarcando una y otra vez el paso del tiempo.
Después de la tercera botella de tinto aparecían las historias más jugosas, las acusaciones, las confesiones y los secretos, que en realidad dejaban de serlo año tras año, porque siempre se revelaban los mismos. Es que la historia no se renueva. El hecho de encontrarse a conmemorar hacía que la amistad quede en pausa en ese preciso instante conmemorado. Todo se resumía a contarse lo mismo pero con 1 año, 10 canas y 3 kilos más.
En medio de la charla se buscaban.
Él buscó donde meter un comentario inteligente para sorprenderla, pero bastó que se atreva y lo largue, para que el estornudo del Pelado lo tape.
Ella buscó qué música poner de fondo, para que él se dé cuenta de que a pesar de escuchar banditas nuevas seguía con el mismo gusto musical. O sea que se renovaba pero seguía siendo la misma, pero acto seguido vino Katy y enchufó su mp3.
Pasan las horas, la cena se termina y ni una cruzada de miradas. Lorena se pone a lavar los platos para calmar la timidez, el deseo, la intriga por lo que puede llegar a ser y no rompe ni 1, ni 2, rompe 3 vasos.
Se van todos, y él con la vieja excusa de ayudarla a ordenar, se queda último.
Los chistes seguían mientras Lorena seguía lavando, y ya no sabía que lavar para mantener las manos ocupadas.
Él se acerca a la bacha, se apoya en su hombro y espía como sus manos juegan con el agua y las burbujas. Minutos más tarde sus guantes naranjas colgaban de la canilla.
El agua siguió corriendo, se rompió un cuarto vaso y el detergente paso la prueba de la espuma.
Se levanta la pausa, la historia corre otra vez.
Futuras historias para recordar. Nuevos secretos para confesar.

*Años más tarde, comiendo fondue en otra casa, Lorena se dio cuenta que lo de la manzana verde no erar un error, por el contrario, era el secreto de la receta. No dejen de probarla.

Diseño: Carolina Fascetto