Danza Culinaria.




Sobre la avenida Scalabrini Ortiz se puede encontrar más de un restaurante árabe.
Hay algunos con show para adultos, con danza de los siete velos incluida, otros con comidas fusión árabe-argentina, algunos con platos tradicionales con mucho picante y otros argetinizados con apenas unas pizcas de comino y pimentón, para adornar.

Pero hay uno que sobresale del resto, no es por su diseño, ni decoración, es más, de la simple fachada con escasos detalles moros en las ventanas, lo único que resalta es una pequeña pizarra, escrita a mano, que dice tres simples palabras: “Hoy Lahmashin Danzarinas”. Al principio todo cliente se confunde con las empanadas que bailaban en los semáforos. Pero lejos de esa vulgaridad publicitaria se encuentra el secreto de esta especialidad de la casa.

Al entrar al restaurante la sensación es extraña.
Hay una suave música ambiental y todos y cada uno de los clientes están bailando. No me refiero a una gran destreza, con acrobacias, sino a pequeños movimientos, casi gestos con sus hombros, sus caderas, su cuello. Movimientos casi imperceptibles, pero sin lugar a dudas, algo fuera de lo común. Lejos de los que haría un comensal de cualquier otro restaurante, quien apenas hace un gesto para pedir un café o la cuenta.
Lo más extraordinario es que si mirás con detalle, podés encontrar el patrón en el que todos los movimientos coordinan. Es fascinante.

Algunos piensan que se debe a la música, como si fuera algo hipnótico, sin embargo hay quienes cuentan que han visto clientes danzando un día que el equipo de música estaba averiado. Por tanto la teoría de la música fue refutada. Otros piensan que se debe a un efecto dominó, algo así como lo que pasa con un bostezo, que cuando uno empieza, otro le sigue, y el otro le vuelve a seguir.

La teoría más fuerte de todas es la que dice, que la culpable de esta danza casi involuntaria, no es ni más ni menos que la receta de Khawala.

Khawala, está dentro de la cocina y es la encargada de todos los platos del pequeño restaurante. Sin embargo ella dice que no es cocinera. Ella, como su nombre lo indica, nació para dedicarse a la danza. De su pequeña valija de cuando vino a la Argentina sólo guarda el deseo de ver un pingüino, que según le dijeron había por todos lados en la región (típico error del extranjero que cree que Argentina es todo Patagonia y Puerto Madryn para ser más específico) una foto de su grupo de danza de la escuela, su caderín preferido y algún que otro velo. Dicen que a veces aún hoy lo usa para cocinar.

Ella ya no baila, aunque lo lleva en la sangre y no hace falta ser un experto en danza árabe para darse cuenta que ella cocina de una manera diferente a las demás.
Ya sea con o sin velo, siempre que tiene que preparar su especialidad, comienza el mismo ritual:

Coloca cebolla cortada en pequeños trozos en la sartén con un balanceo, un sutíl movimiento básico de caderas, notando como el peso se desplaza de un pie al otro.
El fuego hace lo suyo. El puré de tomates entra con un cambio de peso con un twist, el cual mantiene de forma contínua para revolver a ritmo.

Luego es tiempo del limón. Se corta y se estruja haciendo golpes de cadera en los tres primeros tiempos del compás y un silencio en el cuarto. El primero delante, el segundo al lado y el tercero atrás y girando de una posición a la otra. Sin olvidarse acompañar con la cabeza para darle más intensidad. Repite este movimiento para colocar el azúcar, el ketchup y los condimentos.

Cuando la cebolla está cocida, la saca del fuego y una vez que la mezcla este fría, agrega la carne, acercándose a la sartén con un tímido camello. Luego haciendo ochos con la cadera revuelve la mezcla. Esto lo hace con energía, para que no se hagan grumos. (el fuego sigue apagado)

Extiende la masa levada con un movimiento de basculación, doblando las rodillas, ganando distancia hacia delante y nunca forzando la espalda hacia atrás. Hace pequeños bollos con la masa, los pasa por harina, los deja levar y luego pasándolos por aceite los estira. Los coloca sobre una fuente de horno con mucho aceite, esparcido previamente dando un pequeño salto hacia delante.
Luego agrega, sobre cada bollo, un poco de relleno, algunos los deja abiertos y otros los cierra en forma de triángulo. Los mete en el horno y lo cierra con un doble golpe de cadera.

Cada movimiento coordina con el siguiente, cada pausa, cada giro, gracia es la palabra que define esta verdadera coreografía culinaria.
Un espectáculo digno de ver, sin embargo según ella, ya no está en edad para la danza y en el fondo nadie quiere ver a una vieja bailando. Para eso que vayan al restaurante de la otra esquina y que no se olviden de dejar propina en sus caderas.

Es por eso que Khawala no deja que nadie entre en su cocina, y mucho menos con una cámara, sin embargo, el espectáculo mayor está en el salón, un espectáculo del que todos los clientes son protagonistas.
Ella misma desafía hasta al más reacio al baile a que pruebe una de sus Lahmashin e intente dejar sus caderas clavadas a la silla.

Quien acepte el desafío, sólo tiene que ir por Scalabrini Ortiz y estar atento a que salga alguien caminando a paso largo y con estilo.
Ese es el restaurante de Khawala.

Arte: Valeria Neumann

Receta para ponerla en una cena.




Está claro que el objetivo no es fácil, estamos hablando de conseguir en escasos setenta y cinco minutos, contando desde la entrada hasta el postre, algo que para otros llevaría meses, varias entradas de cine, casi una decena de trabajos prácticos y horas y horas de vuelo en la tarea de escuchar y poner cara de que te interesa saber lo que pasó en el último capítulo de la anatomía de Grey. Y encima para esta batalla, solo vas a estar armado con ingredientes que cualquier hijo de vecino puede comprar en el supermercado de la esquina. Tarea difícil pero no imposible. Pensá que después de todo, hasta un caldo de pollo puede terminar en un demi glace.

Lo primero es estar confiado, por eso siempre se recomienda que la cena sea en la propia casa, donde uno sabe como moverse y donde están los tenedores, las cacerolas y las especias para condimentar la comida.
Existen aventurados que aplican esta receta digamos de "visitante" pero para eso se necesita tener todos los pasos previamente estudiados, incluyendo las segundas o terceras opciones, en caso de que ella sea vegetariana o alérgica al ajo. Uno siempre tiene que tener cintura para estos casos y estando atado con los ingredientes, el plan puede terminar en una catástrofe de sopa instantánea.

A nivel de tiempos, siempre ayuda que no se trate del primer encuentro.
Cada caso tiene su propio timming, sin embargo vamos a detallar las condiciones y clima ideal para aplicar nuestra receta.

De ser posible, estaríamos hablando de una tercer cita, con dos buenas experiencias previas, la primera cuando se conocieron, en una discoteca tal vez, donde intercambiaron contactos telefónicos que ayudaron a concretar el segundo encuentro, en algún bar, donde ella se río de algunos de tus chistes y vos tomaste lo suficiente para soltarte, pero no tanto como para mandarte ninguna. Entre chiste y chiste le comentaste que te gusta cocinar y que hacés unas milanesas de berenjena muy buenas. Ella se quedo interesada y el tercer encuentro decantó por su propio peso. Éste, querido lector, es el momento preciso para aplicar esta receta.

Para el momento que ella esté por tocar el timbre, vos ya tenés que tener en mente todo lo que vas a cocinar, los ingredientes preparados, cortados de ser posible y un vino listo para empezar a conversar. (La improvisación dejala para cuando jugás con tus amigos a ver quien hace el mejor chiste rimando con palabras como furúnculo, acá estamos intentando hacer una operación delicada para lo que se necesita tener todo planeado y un pulso quirúrgico.)

Sin embargo, de ninguna manera se recomienda que la comida esté lista cuando ella llegue.
Esto parece un detalle menor, pero no lo es. Hay que tener en claro que todos son mensajes y si ella llega y está todo hecho, significa que vos estás tan interesado que perdiste la mitad de la tarde preparando la cena. Lo cual llega a ser casi un signo de desespero. Te vendés solo.
Tampoco estamos hablando de que ella llegue y vos entes entrando con las bolsas del súper y que terminen comiendo a las mil quinientas, o peor aún, que se canse de esperar y que se ponga a cocinar ella.

Lo cual nos lleva a otra interrogante. ¿Ella tiene que ayudar en la receta?
Si/No/Ns Nc. En este punto, hay varios criterios, sin embargo, sea cual sea la respuesta, es escencial que vos tengas el mando de la cocina en todo momento. La cacerola es como el volante de la nave y vos tenés que ser el capitán, pero también dentro de lo posible, se recomienda encontrar un equilibrio para que ella tampoco se sienta ajena a lo que esta pasando y se ponga a ver una película de Chevy Chase en el living.
Si te queda algún ingrediente por cortar, le podés pedir una mano con eso. Pero tampoco la pongas a cortar cebolla, que se te va a poner a llorar. Ayudar a poner la mesa siempre funciona.

Se recomienda preparar algo para cuando vas haciendo la comida, un plato de entrada, un plato principal, y un postre.
En resumen no menos de un plato y no más de cinco (lo cual sería una fanfarronería de tu parte y otra vez te dejaría al descubierto el nivel de desespero)

Mientras cocinas lavate varias veces las manos, no más de diez veces, porque va a pensar que tenés un toque raro, pero sí lavarse varias veces las manos es importante, porque eso le va a comunicar inconscientemente que sos un tipo limpio y que por lo menos hoy te bañaste, tal vez hoy temprano a la mañana, pero igual cuenta. De todas formas, nunca está de más decirlo: ese día, bañate.

Uno de los grandes secretos de esta receta son las texturas. Hacer una buena selección de texturas es clave para conseguir el objetivo.
No estamos hablando de la textura de un plato en especial, sino de un listado de texturas con el que ella se va a encontrar a lo largo de la noche.
Para esto existen diferentes técnicas: Una entrada crocante, un plato principal cremoso y un postre seco. O por el contrario, crujiente, cremoso, duro o bien, blando crocante y dejando algo cremoso para el final. Como decimos, no hay una sola técnica para esto, pero si se recomienda la variación, si vas de cremoso, a cremoso, la boca se acostumbra y no hay sorpresa.

Junto con el playlist de texturas, entra en juego otra de las variables que pueden hacer de tu receta, un remedio para el amor. No estamos hablando de hacer nada afrodisíaco, por cierto, DE NINGUNA MANERA SE RECOMIENDA HACER UNA COMIDA AFRODISIACA, eso pondría en riesgo todo el plan, es como servile de postre un paquete de preservativos con crema.

La otra variable es la temperatura. Cada plato va a tener una temperatura diferente y todos tienen que fluir junto con las texturas. Volviendo al ejemplo anterior: Entrada crocante fría, un plato principal cremoso caliente y un postre seco y frío. O por el contrario, seco caliente, cremoso caliente, duro frío o bien, blando crocante frío y dejando algo cremoso y caliente para el final.

Siempre se recomienda tener algo cremoso y algo caliente dentro de tu playlist.
Una cosa fría esta bien, pero que todo tu playlist sea frío es un riesgo.
Imaginate como va a estar ella de fría y distante después de comer gazpacho, tartar de carne y helado. Va a ser un cubo de hielo.

Por el contrario si haces una sopa crema de zapallo y queso, gulash y un fondeu de chocolate la matás, la dejás sin margen para hacer cualquier tipo de ejercicio físico. Lo único que quiere es un té digestivo y una cama, pero para tirarse a dormir.

Por eso, se recomienda un playlist equilibrado de texturas y temperaturas.
Recordar siempre que el pan juega de comodín. El pan te sirve para compensar, porque siempre podes servirlo desde frío y blando hasta tostado y crujiente, en rebanadas o pan de molde y sin hablar de los panes saborizados, esos te suman bastantes puntos.

La presentación de los platos es importante. Intentar siempre separar la guarnición, si hacés algo con arroz, intenta servilo moldeado previamente con una taza de té. Es una pavada, pero suma mucho. Y si tenés una hoja verde para ponerle encima, quedaste como un campeón.

Otro pequeño gran detalle es utilizar la técnica del doble plato. Es decir, cuando prepares la mesa, colocá un plato grande y uno chiquito arriba.
El grande para el plato principal y el chiquito para la entrada.
La primera vez que lo hagás, te va a parecer raro, como que estás por almorzar con Mirta Legrand, pero vos confiá.
La doble plato es letal.

Si todo va bien, para la altura del postre ya van por la segunda botella de vino y algún que otro beso. Lo ideal es llegar a este punto y ni siquiera necesitar servir el postre. Pero bueno, si ella insiste, habrá que servirlo.
Eso sí, de ninguna manera sirvas el café junto con el postre.
El café es otro estadio en este proceso y de ser posible hay que estirarla al máximo antes que el café entre en escena.

Porque después del café viene el remis. Y no hay nada que te pueda hacer caer peor la comida, que un remis.


Aclaración: Si sabes tocar la guitarra, aunque sea los tres acordes de More than words, olvidate de todo esto, podés pedir pizza que ya está.

-Playlist: Crocante de polenta + Pollo al verdeo* + Mini chocotorta helada
* Si ella es vegetariana podes reemplazarlo x Milanesas de Berenjenas

Susurro de manzana.

Lo cuento bajito, así susurrando porque si no se pone loca.
Mira que insisto, pero parece que no quiere entender que es ella la única capaz de dar a luz esos platos.
Sonríe sonrojada diciendo que es a causa de una buena receta, pero bien sabemos que por más recetario milenario que tengamos en mano, su toque es imposible de igualar.
Es que literalmente se mete de lleno en la preparación.
Sus manos se confunden con los ingredientes.
Su olfato marcan los puntos de cocción
Sus ojos, verdes como una palta en su perfecto estado de madurez, combinan los colores para hacer ese plato aún más tentador.
Su corazón marca el ritmo.
Sin darme cuenta me encuentro haciendo sus mismos movimientos.
Revolviendo envolvente como me enseñó, sin aplastar la preparación, porque necesita aire!
Amasando con pasión.
Oliendo igual que ella las frutas para buscar su punto justo.
Apretando el melón.
Acariciando la textura del limón para ver si está jugoso.
Batiendo con la misma fuerza.
Disfrutando el durante y el después.
Esperando a que esa persona coma tu plato, esa caricia al alma. Caricia que recibí desde el día que nací, porque hasta un arroz con queso lo espolvorea con ese “no sé qué”. Si claro, son las recetas.
Por eso te digo…no te ilusiones, por más que sigas al pie de la letra esta receta, dudo que te salga como a ella. Es ella, no la receta, no se da cuenta? Es su amor, su dedicación, su sabiduría y su intuición la que hace que te exploten los sentidos al comer sus creaciones.
Te la cuento, pero shhh…que no se entere, dice que la quiere guardar para sus nietos, como si alguien podría igualarla siguiendo estos pasos.
No te esfuerces en preparar un “crumble” que es la mezcla de harina, manteca y azúcar en forma de arena, mismas cantidades, harina un poco más nomás, por que dudo que te quede igual de crocante que a ella.
De nada vale la pena que hagas una compota de manzanas verdes…en una cacerolita, con agua, limón, azúcar, una rama de canela y algún dulce, cayote queda genial.
Después ni te gastes en llenar una budinera así:
Crumble+granola+nueces picadas+compota manzana mezclada con bananas fileteadas+capa de dulce de cayote+nueces+granola+crumble.
Si llegaste acá es porque te tenes mucha confianza. Mete la budinera al horno hasta que el crumble tome color (30 min aprox)….y shhh…cocina un poco de crumble aparte y tiraselo encima una vez listo…ja..como si eso fuera a salvarte!

QUE LA COSA EN OFF !



Nuevamente Que la Cosa no quede en picada estuvo presente en el evento OFF la revista online italoargentina. El evento fue genial. Leimos historias, comimos profiteroles, vinieron familiares y amigos varios. Por cierto, mil millones de gracias a todos los que se acercaron y participaron en nuestro espacio y en todo el evento. Gracias Gabi por darnos otra vez un rincon (que cada año va creciendo más, jajaja) Son estas cosas las que acarician el alma y hacen que de muchas ganas de seguir escribiendo historias con sabor.

aqui el link para ver algunas fotos!

GRACIAS !

Porvenir dulcemente incierto.


Es extraño llegar a la estación sin saber si es temprano o tarde. El reloj del hall central, grande y en hora no ayuda en nada. Empacar tampoco le fue nada fácil. Es que cerrar una valija que está muy llena es fácil, se trata de hacer un poco de presión de un lado, dale, apretá vos de ahí también, queres?! sentate arriba a ver si en una de esas y tarde o temprano el cierre cede. Lo difícil es cerrar una valija sin estar seguro de si lo que metiste dentro te va a servir de algo.
Atrás quedaron los tiempos de la obsesiva planificación. Esa ilusión de mostrarse al mundo como una mujer interesante, que sabe lo que quiere y donde quiere llegar. Por suerte el tiempo y los improvistos le hicieron dar cuenta que en realidad guionarse al vida por adelantado solo la hacía más predecible.
Es que la situación era de perder o perder. Cuando las cosas salían tal cual lo planeado, parte de ella estaba feliz, todo muy lindo, gracias por venir, muy rica la cena, a ver cuando nos vemos. Pero después que los invitados habían terminado los profiteroles del postre y habían pedido el remis, ella se quedaba a solas con el detergente, los platos y ese sentimiento de sin sorpresas. Porque sabía que Miguel iba a hablar de su trabajo con la pasión que una madre cuenta que va a ser abuela. Como si la importación/exportación fuera una profesión para tener tribunas en el despacho. Porque estaba segura que Ana iba a hacer rancho aparte con Rita, hablando del último capítulo de la serie de vampiros y porque era obvio que los chicos iban a dejar de levantar la vista a la mitad del segundo plato gracias a su nuevo celular con acceso Internet.
Y cuando la cosa salía mal entre comillas, ella no sabía como contener su ansiedad. Le faltaba cintura para responder sobre la marcha, para disfrutar lo que le toca.
Lo bueno es que entre algunas salidas de viernes por la noche sin reservas en restaurantes ni entradas compradas previamente y dándole más crédito a los los mensajes en los sobrecitos de azucar, al Ichin y a las galletas de la suerte, la cintura para lo inesperado se va alongado.
El primer paso fue entrar a ver una película eligiéndola sin leer ninguna crítica, simplemente usando el sistema de selección infalible del tateti. El segundo fue subir al subte y bajarse en la estación que más la llamaba. La adrenalina de no saber qué estaba haciendo era tan grande como la de tirarse en paracaídas.
Esa mañana de jueves en que nadie la iba a extrañar en su trabajo, ella salió con todo lo necesario para el gran salto. En lugar de antiparras, ella decidió llevar su música formato mp3. En lugar de paracaídas, llevo esa maleta que tanto tardo en armar. Estaba lista para despegar. Llegó a la boletería y dijo: “Quiero saltar en el próximo vuelo.”

....

Final alternativo:


Estaba lista para despegar. Llegó a la boletería y dijo: “Dame un billete al próximo destino que empiece con la letra S.” Hoy en día, ella trabaja en una hosteria que algún día será propia, dándole a los turistas diferentes rutas para conocer la ciudad, siempre con unas horas libradas a perderse por las calles y descubrir el verdadero San Salvador de Jujuy.


Final alternativo:

Estaba lista para despegar. En seguida el señor que estaba detrás suyo en la fila hizo dos pasos al frente y le dijo: “Solo me atrevo a hacerle esta propuesta por que veo que habla muy en serio”.
Días más tarde ella vestía de blanco y cantaba en sanscrito. El señor viajaba a un retiro espiritual en Capilla de Monte, Córdoba y no dudo en invitarla a vivir la experiencia. A partir de ese viaje ella nunca más uso reloj.



Final alternativo:


Estaba lista para despegar. Llegó a la boletería, miro al vendedor y dijo: “¿A donde te irías de vacaciones?” Sorprendido por no enteder la pregunta respondió: “A Brasil. Me iría a Brasil.” Exactamente una semana después, el vendedor recibió una postal desde Foz de Iguazú diciendo: “Obrigado pela dica. Adorei as cataratas.”


Final alternativo:

Estaba lista para despegar. “Como no Señora, está saliendo en este preciso instante un tren a Tierra del Fuego”. Ella dudó, no tenía abrigo suficiente. Ella se rió de haber tenindo esa duda, al ver por primera vez en su vida un pingüino. Lloró. Solo los había visto en dibujitos y fantasías que hace tanto había dejado atrás. Cayó en la cuenta que toda fantasía nace aunque sea de una milésima de realidad y que ella por vivir tan aferrada a su real realidad había perdido la magia de fantasear. Volvió a su realidad, volvió a vivir su día a día, pero la tiñó con unas gafas violetas de lentes a estrellas.


Final alternativo:

Estaba lista, tanto ella como su valija. Faltaba media hora para que abra la boletería, así que decidió tomarse un café en el único bar abierto de la estación. El mal humor del chico que atendía no le afectó, tampoco lo hizo el sabor a café de maquina de estación. Sin embargo lo que si la afectó fue un simple sobrecito de azúcar que decía: “Por más lejos que viajes, tus problemas te alcanzan.” Así que sacó su libretita, abrió el elásticó de la tapa y comenzó a hacer una lista de todos sus problemas. Su vieja obsesión por controlarlo todo, su constante indecisión, su dificultad para olvidarse de Diego, su traba para hablar con desconocidos, incluso anotó su temita de celulitis. Arrancó la hoja, y la metió en un buzon con destino a China. Después de todo, si sus problemas la iban a alcanzar, por lo menos que viajen lo suficiente para darle a ella unas semanas de ventaja.






Diseño: Malena Soto

El cielo de los pelotudos.

Marcos no era un tipo de muchas luces. Desde chico, su madre tenía que andarle encima para llamarle que tenga cuidado y que no sea tan pelotudo. Es que cuando uno es chico no tiene mucha consciencia del peligro.
La curiosidad puede más y cuando uno ve dos agujeros en la pared quiere meter los dedos o unas tijeras a ver qué pasa. Y digamos que Marcos, tenía mucha curiosidad.

Por eso la madre además de tener que tapar todos los enchufes de la casa, tuvo que comprar cubiertos de goma, poner red en la ventana (a pesar que vivían en planta baja) y ponerle candado a la heladera para que Marquitos no se meta a jugar a la escondida y termine como Walt Disney.

Su padre, el Dr. Gutierrez, psicólogo, al principio creía que Marquitos se comportaba de esa manera para llamar la atención. Cosas típicas de la edad. Pero cuando lo encontró secándose el pelo con la hornalla de la cocina, no aguantó más y lo llevó a ver a un colega especialista en preadolescentes.
Después de tres sesiones, el psicólogo no tuvo más remedio que citar a los padres de Marcos para una entrevista.

El psicólogo pidió a Marcos que espere en la sala. La madre temía lo peor: que su querido hijo tenga tendencias suicidas. Tenía pánico que el diagnóstico del médico sea que su pequeño retoño no valoraba la vida y que la opresión de la sociedad era tan grande en su personalidad, que había logrado opacar las primaveras de su juventud.

El psicólogo se dio cuenta del nerviosismo de la madre y decidió ser duro y al grano: Tranquila señora, Marquitos no tiene nada grave, su hijo es, simplemente, un pelotudo. Pero como le dije antes, no hay que tener miedo, la pelotudez es algo humano. Es más, como ustedes sabrán, pelotudos hay por todos lados. Sobre todo manejando taxis o en el Congreso.

Estuve investigando al respecto y descubrí que hay estudios que indican que la pelotudez puede ser curada. Para esto hay que trabajar arduamente sobre cuestiones fundamentales del subconsciente, aunque también debo admitir, que la misma universidad, meses después publicó un estudio en el que dice que la pelotudez humana no tiene límites. Así que podríamos decir que las chances de que Marcos deje de ser un pelotudo son 50 y 50.

Los padres salieron del consultorio sin entender demasiado. Y entraron rápidamente en la etapa de la negación. No podía ser que su hijo sea tan pelotudo.
Sin embargo, meses después, en la sala de espera del Hospital Zubizarreta, el padre llorando desconsolado, dio el brazo a torcer y cuando el enfermero de turno se acercó para consolarlo dijo: Es verdad, no hay como ocultarlo más, mi hijo es un pelotudo, un reverendo pelotudo.

Lo que había pasado era que en un documental sobre el viejo continente, o en un programa de Marley por el mundo, para ser más específico, Marcos había visto que en Inglaterra, los autos andan en sentido contrario. Por tanto los peatones, tienen que acostumbrarse a mirar hacia la derecha, en lugar de a la izquierda. Y eso fue exactamente lo que hizo Marcos al cruzar la calle Londres. El problema es que era la calle Londres de Parque Chas. Por suerte el Fiat 147 venía a despacio, a 20 km/h, que era la máxima, dado que se trataba de una zona residencial.
Sólo por eso, Marcos pudo contar el cuento.

Las tragedias/pelotudeces en la vida de Marcos se fueron sucediendo unas tras otras. Como cuando intentó sacarse el piercing de la ceja con una moladora industrial. O cuando se quedó sin nafta y usó la técnica del bidón y la manguera, mientras se fumaba un cigarrillo.
Lo sorprendente era como Marcos tenía el mismo talento para la pelotudez como para sobrevivir a todas y cada una de sus hazañas.
Pero al fin de cuentas era sólo cuestión de tiempo.

Así fue que Marcos se juntó con sus amigos a ver el partido del domingo y después del asado, el chorizo, la morcilla, el pedacito de chinchulines que compartió con Claudio, las papas fritas, la ensalada mixta, el vino y el helado, llegó el momento del café. Marcos ya estaba más que satisfecho, pero él nunca supo decir que no al café con galletitas. Le encantaban todos los tipos de galletitas. Eran su debilidad. Y cuando vió llegar la bandeja recién sacadas del horno, se le hizo agua la boca. Después de comer la quinta galletita dijo: Pero qué ricas che, ¿de qué son? De nuez, respondió Gladis. Están buenísimas, concluyó Marcos. Claudio se quedó pensando y dijo, Che Marcos ¿vos no eras alérgico a la nuez? Al coco, dijo Marcos, al coco era alégico yo, a mi la nuez no me hace nad… No terminó la frase que ya estaba violeta y en el suelo. La ambulancia tardo 45 minutos en llegar.

Marcos vio la luz y se acercó hasta ella a ver si había alguien con un vaso de agua para bajar las galletitas, que las tenía atragantadas. Un hombre de barba y vestido de blanco lo estaba esperando.

Buenos días,
¿Tiene un vaso de agua? Es que me comí unas galletitas y …
Aquí tiene.
Marcos se bebió el vaso de agua de un sorbo.
¿Sabe usted donde está? Preguntó el señor de barba.
Marcos vio a su alrededor y vío que había un humo blanco por todos lados.
¿En un concierto de reggae?
No señor, usted ha muerto y está en el cielo. Y para entrar tiene que registrarse.
Uff, que bajón, odió que rellenar formularios. Respondió Marcos.
¿Nombre? Marcos Gutierrez. ¿Edad? 37 años. ¿Domicilio? Victorica 2346 PB A. ¿Código postal? Para qué el código postal?, ¿me van a mandar una postal o algo?
Aquí las preguntas las hacemos nosotros Sr. Gutierrez. Dígame ¿de que ha muerto?
Bueno hasta donde me acuerdo, estaba comiendo unas galletitas y me olvide que era alérgico a la nuez.
NO, disculpe interrumpirlo, señor gutierrez, pero si usted está aquí es porque se murió de pelotudo. A ver vamos de vuelta, ¿de que se murió?
Unas galletitas que.
De PE
No pepas no de nuez eran.
PE – LO
Disculpe no le entiendo.
De pelotudo Marcos, usted se murió de pelotudo. ¿No me entiende cuando le hablo?
O sea que las galletitas…
Nada, las galletitas nada, de pelotudo, créame. Las reglas son claras: a partir de ahora cada vez que le pregunten, usted tiene que decir que se murió de pelotudo. ¿Está claro? Esto lo hacemos para igualar los niveles de pelotudez, no sea cosa que nos vayamos a discriminar entre nosotros. Sería una pelotudez.
Y, un poco de sentido hace.
Genial, entonces no me queda más que decirle, bienvenido al cielo de los pelotudos señor Gutierrez, aquí tiene su pijama, sus sábanas y su gorrito de dormir con pompón.
Pero, ¿en serio me tengo que vestir así? Con este gorrito parezco un … ok ya entendí.

Marcos se despidió del señor de barba y caminó entre la niebla hasta encontrarse con un gran portón. En la puerta había un cartel que decía: EMPUJE. (Estimado señor pelotudo, por favor, antes de accionar, relea este cartel con atención)
Esto último confundió un poco a Marcos que decidió tirar, luego tirar de nuevo y por último y después de leer el cartel, tirar con más fuerza. Finalmente vino alguien de adentro y le abrió la puerta.

Marcos tenía un poco de intriga de saber como sería el cielo en el que iba a permanecer por toda la eternidad. Infló el pecho de aire y entró, no sin antes tropezarse con la única piedra que había entre tantas nubes.
La risa del resto de los pelotudos no se hizo esperar.
Marcos levantó la vista y conoció a sus compañeros de cielo. Augusto, entre risas, se acercó a ayudarle y le dijo, Tranquilo que no sos al primero que le pasa ni al último. Vení pasá. Conocé al grupo.
Todavía se escuchaban las risas de algunos cuando Marcos se acercó a saludar.
Hola buenas, soy Marcos.
En coro, todos los pelotudos dijeron: Bienvenido Marcos. Y luego se fueron presentando de uno en uno.
Así fue que Marcos conoció a Augusto, Rubén, Mónica, Walter y a Juan.

Las instalaciones estaban completamente a la altura de la situación. Carteles de Cuidado y peligro por todos lados. Todos los bordes tenían protección de goma espuma, la piscina no tenía parte honda y hasta el último detalle estaba cuidado para ser anti-pelotudos.

Vamos que te llevo a conocer el resto del lugar. Dijo Augusto y le hizo un gesto para que se suba de acompañante en su bicicleta con rueditas.
Marcos se subió sin pensarlo dos veces. Se colocó el casco, las coderas y rodilleras y emprendieron el viaje. Augusto lo llevó por todos lados y le presentó a cada pelotudo que pasaba.
Augusto y Marcos jugaron carreras de caballos en calesita, a los dardos sin punta y armaron un puzzle de 15 piezas. Y al poco tiempo ya eran amigos. Por lo tanto, Marcos se atrevió a preguntar:
Augusto, ¿de qué te moriste?
De pelotudo, igual que todos. ¿Por?
No en serio, contame, no te voy a juzgar, no seas pelotudo.
Augusto miró a ambos lados. Bueno, pero prometé que no le vas a contar a nadie.
Pasa que yo trabajaba en el Zoologico y claro uno se aburre, y entre los compañeros nunca falta el que empieza: A que no tenés huevos de meterte en la jaula del tigre blanco. Te faltan huevos. Tenés menos huevos que una rosca de pascuas. Y a mi nadie me dice rosca de pascuas.
En ese momento pasa un pelotudo en un triciclo: ¡Qué haces!, rosca de pascua.
Tu puta madre, hijo de puta! Se le fue la boca a Augusto. Bueno, ¿por dónde estaba? Por entrar en la jaula del tigre blanco.
Ah sí, pasa que como gran pelotudo que soy, dupliqué la apuesta.
¿Te metiste dos veces?
No pelotudo, me metí con dos bifes de costilla colgados en el pecho.
¡Qué pelotudo!
Ves porqué no te cuento. Al final sos como los demás.
No tranquilo, se me escapó.
Bueno el que no se escapó del tigre blanco fui yo. Y acá me tenés. ¿Y a vos que te pasó?
Marcos le contó su historia. Augusto se rió y estuvieron a mano.

Las primeras semanas pasaron rápidas, nadando con flotadores, tomando sol con protector 50, comiendo con cubiertos y platos de plástico. Sin embargo, algo en Marcos no estaba bien. Augusto y el resto del grupo se acercaron a hablar con él.
¿Qué te pasa Marcos? ¿Por qué ya no te divierte hacer collage con tijeras sin filo?
No se Augusto, a veces pienso que este lugar es perfecto para nosotros, demasiado perfecto. Tanta seguridad, tanta protección, no nos da lugar casi a hacer pelotudeces.

Pero de eso se trata Marcos, le dijo Rubén, éste es nuestro lugar, un cielo pensado especialmente para nosotros.

Sí, todo lo que quieras, pero lo que me pasa es que, en el fondo a mi me gusta ser un pelotudo, ¿me entendés? Yo nací un pelotudo y fui un pelotudo toda mi vida y ahora llego a este lugar y no puedo hacer nada. ¿Sabés hace cuánto que no me mando una pelotudez? ¿Y vos Juan, hace cuánto que no escupís contra el viento? Mónica, todos sabemos que desde que quisiste cambiar la bombilla de la luz interna de la piscina de tu casa que no te mandás ninguna. Rubén, no me hagas hablar. En serio, ¿a ustedes les gusta este lugar? ¿No sienten que disfrutarían más haciendo lo que mejor saben hacer?
¿Qué cosa? Preguntó Walter.
Pelotudeces Walter, pelotudeces. ¿De qué voy a estar hablando, pelotudo?

Bueno, pensándolo así, yo también hace rato que no…
Ves lo que digo, Agusto, este lugar nos coarta. Si realmente queremos estar a gusto aquí, las cosas tienen que cambiar.
Poco a poco y pelotudo a pelotudo, Marcos fue convenciendo a todos, incluso al barba de la puerta, de que el cielo de los pelotudos sería un lugar mejor sin tantas restricciones.

Hoy en día, cada nuevo pelotudo que llega al cielo, es libre de hacer todas las pelotudeces que quiera por toda la eternidad. Ya sea jugar al freesbee de fuego, o descongelar la heladera con una plancha eléctrica.
Después de todo, hay que ser muy pelotudo para morirte después de muerto.

Derretidos en el tiempo.



Hacía exactamente 364 días y algunas horas desde el último encuentro con los del secundario.
En ese año hubo terremotos, incendios forestales, manifestaciones, nacieron miles de niños, muchas flores crecieron y marchitaron, hubo elecciones y ganó el menos peor, cientos de parejas dieron el Sí y la mitad de ellas ya están divorciadas, los Rolling volvieron a River y Mirtha volvió a decir que este era su último año en TV, pero a pesar de todo eso, en la vida de Lorena no había pasado casi nada. Seguía en el mismo laburo, con casi el mismo sueldo más ticket. Conoció un chico, bueno dos contando el repartidor de pizza, pero digamos que este último fue bastante fiel a su profesión y así como vino, entregó el pedido y se piró.
Por tanto podemos decir que sólo conoció a Miguel. 32 años, soltero, con el mismo gusto para el cine, de buena cama pero no tan buena charla. Para ella era divertido por un tiempo, pero a la tercera vez que salió en cita doble con una pareja de amigos, se dio cuenta que Miguel sólo sabe hablar o de cine o de All Boys, su segunda pasión y lo peor de todo, es que la mayoría de las veces hablaba del guión del documental que está escribiendo contando la historia del equipo de Floresta. Por tanto, a Lorena le cayó la ficha que era preferible seguir con su historia inconclusa y eterna con el viejo y conocido Javier, que por más que sea una película repetida, tenía más chances de tener un final feliz.
Llegó una vez más el encuentro de cada año. Esta vez ella decidió poner la casa.
Se negaba rotundamente a pedir pizzas y empanadas otra vez.
Tenía que cocinar para 6. O sea rápido de cocinar, fácil de comer y poco de ensuciar.
Ah, y rico.
Miró su mesa ratona y sonrió por que finalmente esa olla que nunca uso iba a dejar de ser maceta. Llegó el momento de estrenar su fondue, lo único que llegó a canjear antes de que se le venzan los puntos de la tarjeta de crédito. La verdad es que no tenía idea de cómo se hacía una fondue de queso. Googleo y 6 page views más tarde ya era una experta.
Parecía fácil: Había que rallar 3 tipos de queso en cantidades iguales, llegando a 150 grs por persona(Fontina, Emental y Gruyere). Después cortar al medio un ajo y frotarlo contra las paredes de la fondue, así tomaba un gustito especial, o por lo menos eso decía el señor con cara de chef de la página de recetas. Después poner a hervir 1 vaso de vino blanco y empezar a agregar los quesos muy de a poco e ir mezclando en ochos hasta que se derritan y se haga homogénea la mezcla. Antes de terminar, agregarle pimienta, un chorrito de kirsh y un toque de alguna especie si quería, comino por ejemplo.
La receta ofrecía además un listado de cosas para hacerse un festival del queso derretido:
Pan tostado, salchichitas, albóndigas, tomates cherry, papines sarteneados, champignones salteados, cebollitas doradas y manzana verde. Manzana verde*? Eso no lo compro. Supuso que era un error. Internet a veces le pifia.
Luego de un suceso de mails para ponerse de acuerdo con el encuentro, Lorena anuncia el menú y concretan.
Llega el día. Llegan los invitados. Y llega él.
Como siempre, saluda simpático pero distante a la vez. Le lleva un rato recordar quienes eran.
Javier charla con uno. Con otra. Y con todos a la vez, pero nunca charla a solas con Lorena. Parecería que cualquier cosa parecida a una conversación entre ellos que durara más de 5 frases, los incomodara. Es que ni a los ojos se pueden mirar. Un simple cruce de miradas les provoca timidez, deseo, intriga y nostalgia al mismo tiempo. Pero nostalgia de qué piensa Lorena, si al fin y al cabo nunca ninguno de los dos se animó a dar el primer paso. Cual guión de peli pochoclera: cuando ella estaba soltera, él de novio. Él se separa, ella se va a convivir. Y así encuentro tras encuentro. O mejor dicho, desencuentro tras desencuentro.
¿Existirá el tiempo de coincidencia? Al final, es la diferencia de tiempos la que define cuántas historias.
Esa noche él estaba soltero, por lo menos eso le dio a entender. Ella también.
La cena sucedió como todos los años, en medio de las misma anécdotas de siempre, recordando quienes fueron, haciendo las bromas de antes, reviviendo viejos apodos, remarcando una y otra vez el paso del tiempo.
Después de la tercera botella de tinto aparecían las historias más jugosas, las acusaciones, las confesiones y los secretos, que en realidad dejaban de serlo año tras año, porque siempre se revelaban los mismos. Es que la historia no se renueva. El hecho de encontrarse a conmemorar hacía que la amistad quede en pausa en ese preciso instante conmemorado. Todo se resumía a contarse lo mismo pero con 1 año, 10 canas y 3 kilos más.
En medio de la charla se buscaban.
Él buscó donde meter un comentario inteligente para sorprenderla, pero bastó que se atreva y lo largue, para que el estornudo del Pelado lo tape.
Ella buscó qué música poner de fondo, para que él se dé cuenta de que a pesar de escuchar banditas nuevas seguía con el mismo gusto musical. O sea que se renovaba pero seguía siendo la misma, pero acto seguido vino Katy y enchufó su mp3.
Pasan las horas, la cena se termina y ni una cruzada de miradas. Lorena se pone a lavar los platos para calmar la timidez, el deseo, la intriga por lo que puede llegar a ser y no rompe ni 1, ni 2, rompe 3 vasos.
Se van todos, y él con la vieja excusa de ayudarla a ordenar, se queda último.
Los chistes seguían mientras Lorena seguía lavando, y ya no sabía que lavar para mantener las manos ocupadas.
Él se acerca a la bacha, se apoya en su hombro y espía como sus manos juegan con el agua y las burbujas. Minutos más tarde sus guantes naranjas colgaban de la canilla.
El agua siguió corriendo, se rompió un cuarto vaso y el detergente paso la prueba de la espuma.
Se levanta la pausa, la historia corre otra vez.
Futuras historias para recordar. Nuevos secretos para confesar.

*Años más tarde, comiendo fondue en otra casa, Lorena se dio cuenta que lo de la manzana verde no erar un error, por el contrario, era el secreto de la receta. No dejen de probarla.

Diseño: Carolina Fascetto

Pato a la White Album.


Desde pequeña, Mariana respira música. En su cuna no tenía un móvil con música, sino un wincofon y una colección interminable de discos de rock que escuchaba cada noche antes de dormir.

Su madre no deja pasar una Navidad sin hacerla pasar vergüenza contando la misma historia de cuando era pequeña.
Al parecer, Mariana colcaba todos sus juguetes en formación. Algunos ya tenían efectos sonoros incórporados, otros juguetes eran mudos. Pero con estos últimos no había problema, porque Mariana se encargaba de enseñarles a cantar y después de pasar la respectiva audición, les daba un puesto dentro del coro.
Como es el caso de su oso Vespucio (Tenor).

Mariana, como muchos niños, cantaba bajo la ducha, pero también cantaba cuando se estaba secando, cantaba en la calle, en el colectivo, durante la clase, en el recreo, cuando se lavaba los dientes, a veces, hasta cantaba dormida.

Llegó la escuela primaria y junto con ella, la alfabetización, el análisis sintáctico, las matemáticas, ciencias sociales, naturales, la educación física y ,por supuesto, la clase de música.
El recreo de los martes a las nueve, era el más largo de todos. Tal vez no en minutos, pero sí en incertidumbres, ansiedades, en querer ver de nuevo ese mamotreto de madera siempre cerrado con una llave tan pequeña que parecía de juguete. Esa alfombra de teclas que sentada en un extremo le parecía que no tenía fin. La barba del profesor le daba la autoridad para elegir la canción que todos iban a cantar y al que le guste bien y al que no también.

Pero Mariana estaba contenta en formar parte del coro, sin importar si cantaban “Pipa de la paz” o “el Himno Nacional”. Ella cantaba con todas sus fuerzas, hasta quedarse sin aire. A veces miraba a los costados y veía que al coro le vendrían bien algunos de sus juguetes, como la muñeca Vladimira o su tenor estrella, Vespucio.

En la adolescencia tuvo alguna que otra banda. Ninguna duró más que un verano, es difícil compartir un objetivo en común entre cinco integrantes, cuando ninguno de ellos tiene la más pálida idea de lo que quiere de la vida. En el conservatorio fue conociendo más y más gente. Hoy es ella quien da clases en la escuela. Pero a diferencia del profesor con barba, Mariana nunca deja el mamotreto con llave, porque adora llegar a clase y que ya haya intrépidos que no superan el metro y veinte que se avalanzan a los acordes sin tener miedo a estar desafinando.

Mariana no tiene ninguna alarma en su vida. No porque no tenga compromisos que la obliguen a llegar a horario. Es que ella se encarga de despertarse con su canción preferida y si llaman a su celular tampoco suena como los demás. Si por acaso llega tarde, es porque sabe que nunca hay que perder el ritmo y que en lugar de apurarse, es mejor dejar una nota al aire y retomar el compás cómo si nada hubiera pasado.

Mariana no tiene cable, tiene instrumentos y si vas de visita a su casa siempre terminás tocando alguno. Mismo que no seas un virtuoso de la música, ella te sigue y algo se inventa. Ella siempre dice: “si tienes el suficiente ritmo para caminar, tienes ritmo para la música.”

Su discografía tiene desde singles y LP´s hasta Mp3. Algunos discos incluso los tiene en más de una versión. Entre sus preferidos está el disco The Beatles, también conocido como The White Album por el color de su tapa.
Algunos podrán decir que es clásico de más, pero no por eso deja de ser una gran joya musical, que sigue inflándole el pecho cada vez que lo escucha.

A la hora de cocinar, en sus recetas nunca falta el ingrediente musical.
Por eso antes de ponerse a cocinar, pone PLAY.

El horno ya está caliente. Ella trocea y sala el pato hasta la tercer estrofa de “Back in the U.S.S.R.” Le coloca el romero y lo mete en el horno. Ahora se da el lujo de bailar un poquito: “I'm back in the U.S.S.R. You don't know how lucky you are boy. Back in the U.S.S.R.” y empieza a preparar la salsa de ciruelas.

Coloca aceite de oliva en la sartén y sabe que cuando John cante: “Dear Prudence, won't you open up your eyes?” el aceite ya estará caliente. Entonces coloca la cebolla a rehogar. Cada vez que prepara este plato le causa gracia saber que la cebolla va a quedar cristalina cuando termine “Glass Onion”.
Llegó la hora de poner las ciruelas para que suelten su propia azúcar.

“Ob-la-di, ob-la-da, life goes on, brah!... Lala how the life goes on.” Y Mariana pone una olla de agua a hervir y aprovecha para abrir el horno y poner un poco de pimienta negra.

Espera a que George cante “With every mistake we must surely be learning. 
Still my guitar gently weeps.” Para añadir el azúcar y el vino y dejar reposar.
Y ya cuando va por la parte de: “I look at you all see the love there that's sleeping. 
While my guitar gently weeps. I look at you all. Still my guitar gently weeps.”
Mariana añade la mantequilla para que la salsa espese un poco y la deja conservar a fuego bajo para que se reduzca.

Justo en el final de “I´m so Tired” y antes que empiece “Blackbird”, se apura a colocar las papas en el agua, abrir el horno y sacar el pato para bañarlo en la salsa. Lo vuelve a dejar en el horno y decide ponerse a bailar por toda la cocina, cantando y usando la cuchara de palo como micrófono:

“Blackbird singing in the dead of night.
Take these broken wings and learn to fly.
All your life.
You were only waiting for this moment to arise.

Black bird singing in the dead of night.
Take these sunken eyes and learn to see,
all your life,
you were only waiting for this moment to be free.

Blackbird fly, Blackbird fly.
Into the light of the dark black night.

Blackbird fly, Blackbird fly.
Into the light of the dark black night.

Blackbird singing in the dead of night.
Take these broken wings and learn to fly.
All your life.
You were only waiting for this moment to arise,
You were only waiting for this moment to arise,
You were only waiting for this moment to arise.”

Se olvida del pato y el horno hasta que Rocky entra a su habitación sólo para encontrar la biblia, mientras Mariana abre y hace el segundo baño de salsa.

Mientras John le canta una canción de amor a Julia, Mariana apaga el fuego de las papas.

Las deja en el agua caliente hasta que temine “Birthday”. Entonces las cuela, coloca manteca, sal, leche, nuez mozcada y comienza a pisar. Ella jura que el secreto de su puré es no usar el pisapapas, que con un tenedor basta y sobra.

Se emociona y le dá con más y más fuerzas al tenedor mientras canta:
“Take it easy, take it easy. Everybody's got something to hide except for me and
my monkey.”

Y para cuando llega “Helter Skelter” ella sabe que el puré ya está lo suficientemente pisado, pero le es inevitable agarrar el tenedor de nuevo cuando Paul empieza: “When I get to the bottom, I go back to the top of the slide, where I stop and turn and I go for a ride. Till I get to the bottom and I see you again, yeah, yeah, yeah

Espera a que George termine de cantar “Savoy Truffle” y apaga el horno. Comienza a poner la mesa. Sirve los platos y salsea por última vez el pato mientras suena el número nueve repetidas veces.

En ese momento, su marido y su niña entran tarareándo a la cocina con las manos recién lavadas y se sientan a la mesa, no porque Mariana los haya llamado, sino porque Ringo comenzó a cantar “Good Night.”










Aclaración para abogados: El Album “The Beatles” y todas las letras de canciones mencionadas en esta historia son propiedad intelectual de The Beatles.
Por favor, a la hora de pensar en si deberían hacernos juicio o no, recuerden que esto no es más que un simple homenaje.

Arte de tapa: Marcelo Ginni

Las inacreditables historias de Gonzalo Gonzáles Taboada: Investigador Culinario. Vol. 1.


Hoy es el cuarto día de la expedición, Taboada está exhausto, el frío y el viento son inaguantables. A cada paso la cima parece más lejana. De noche en su carpa de uno cuarenta por dos metros, sueña con su colchón, su cama, su cuarto, su dos ambientes, su calle Rincón, su Constitución, su Buenos Aires.
Qué lejos se ve todo eso, aún más lejos que el monasterio de Drepung. Taboada es un tipo solitario. Se podría decir que no es el más sociable del mundo. Mucho se debe a que cada vez que conoce a alguien, sabe que le van a preguntar a qué se dedica.

Porque la leyes sociales así lo establecen. En cualquier evento social, cuando te presentan a alguien, lo primero que preguntan es en nombre y lo segundo nunca es si coleccionas llaveros, ni si tenías un amigo imaginario en la infancia o si algunas vez intentaste ir hasta uno de los extremos de un arco iris a ver que había. Taboada siempre pensó que cualquiera de esas respuestas cumpliría mejor el objetivo de conocer más a una persona. Pero no, la gente nunca hace preguntas de ese tipo. Siempre quiere saber cual es tu profesión. Y explicar eso para Taboada no es tarea fácil.

Taboada sabe de comida, pero no es chef. Sabe aplicar el proceso científico pero no trabaja en un laboratorio. Busca la verdad, pero no es un abogado.
Es un investigador privado, pero no deja que nadie lo contrate.
El trabaja sobre sus instintos. Sus sentidos. Su estomago.

Gonzalo Gonzáles Taboada es investigador culinario. Y de los mejores. Siempre está atrás de una pista. Su olfato es sigiloso y su lengua puede diferenciar la manteca de la margarina con solo lamer el envoltorio. Uno de sus casos más conocidos fue encontrar a Michael Whitaker, bisnieto de Dorothy Whitaker, quién fue no más ni menos que la primera en tirar un fideo contra un azulejo para ver si estaba pronto. Taboada es un tipo que llega a las fuentes. Dentro de su curriculum también se encuentra el caso Soviético. En el cual, en plena guerra fría, logró descubrir que la ensalada rusa, en Rusia se llama ensalada primavera.

El caso que hoy lo deja sin dormir comenzó a más de un año. Taboada estaba en su despacho investigando sobre una tribu indígena del noroeste de África, quienes desarrollaron una mutación genética que les permite cortar cebolla sin largar una lágrima. El caso no era tan jugoso, pero Taboada sabía que si lograba capturar el ADN de uno de estos indígenas, transformarlo en una solución y envasarlo, vendería millones. Eran más de las tres de la mañana, Taboada se encontraba trabajando en el caso Lagrimales Inmunes cuando recibió un sobre por debajo de la puerta. Se apresuró a abrir las ocho cerraduras, pero cuando salió al pasillo ya era demasiado tarde. El mensajero misterioso se había ido. De vuelta en su escritorio, Taboada abrió el sobre. Dentro tenía un papel con una sola línea escrita:

- “El mejor asado no habla castellano.”

Al principio Taboada pensó que era una broma, hasta soltó una carcajada. Pero dejó de lado el sobre y continuó investigando sobre los antillorones del África.
Una semana pasó hasta recibir el segundo sobre. De la misma manera miseriosa y a la misma hora. Esta vez la frase decía.

- “El mejor asado es chino.”

El segundo sobre confirmaba el primero. Hasta le daba más pistas. Taboada ya no podía hacer la vista gorda, debía investigar.

A primera hora de la mañana se tomó el colectivo que va por Av. Libertador. Se bajó una antes, caminó un poco, sacó la entrada, comenzó a recorrer el parque, a darle de comer a los peces y a entrevistar a algunos trabajadores del lugar.
Solo después de tres horas se dio cuenta que estaba en el Jardín Japonés, no Chino, y que allí no iba a conseguir muchas pistas. Así que decidió salir inmediatamente hacia una zona que seguro le sería más fructífera.

Se bajó en Barrancas de Belgrano y comenzó a caminar por el barrio Chino. Recorrió todos los restaurantes y para no despertar sospechas, comió un plato en cada uno. En total comió más de dos kilos y medio de arroz y treinta y dos empanaditas chinas. Pero en ningún menú había Asado.

Volvió a su departamento de la calle Rincón, a descansar un poco porque el sueño post comida se estaba adueñando de él. Antes de llegar a la casa, pasó por el videoclub cercano y se alquiló todas las películas de Van Dam, como para entrar en clima con el caso. Después de ver la primera media hora de película, durmió quince horas seguidas, que fue más o menos lo que tardó en hacer la digestión. Lo despertó un golpe en la puerta con otro sobre.

- “El mejor asado es chino, chino. De China, posta.”

Medió dormido todavía habló solo:
-“Claro, ¿cómo no me di cuenta antes?, tengo que ir para allá cuanto antes.”

Al otro día fue a la tintorería de la cuadra a hablar con su amigo Javier. Javier era su nombre argentino, que le dieron cuando inmigró a mediados de los noventas. Taboada le contó de los sobres y Javier se ofreció a darle el contacto de su primo que trabajaba en la embajada China en Buenos Aires a cambio de un lavado a seco de la ropa que Taboada llevaba puesta. Cosa que le pareció razonable y además le venía bien, porque sabía que en el mundo burocrático tener buen aspecto, ayuda.

Así fue que llegó a la embajada preguntando por el primo de Javier. Explicó el caso y en menos de dos horas tenía la visa y un pasaje ida y vuelta. Resultó ser que el primo de Javier era un amante del asado criollo y necesitaba saber tanto como Taboada si la hipótesis era verdadera.

El vuelo duró treinta y tres horas y veintidós botellitas de vino tinto. Finalmente el avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Shangai. A Taboada no le gusta esperar por su valija, así que decidió viajar con equipaje de mano. Tomó un autobús que lo llevó al centro de la ciudad. Los nombres de las calles eran imposibles pronunciar, por lo que Taboada llegó al hotel gracias a su poder de comunicarse con ademanes.

Después de tomar una ducha, bajó al lobby del hotel y preguntó sobre un restaurant que sirvan el mejor asado del mundo. El funcionario del hotel quedó perplejo, gritó algunas palabras en Chino señalando hacia la puerta para que se vaya. Taboada así lo hizo y tras caminar unas cuadras, escuchó un timbre de bicicleta. Al principio no prestó atención. El segundo timbrazo estaba cada vez más cerca, Taboada decide hacerse a un lado de la calle. El tercer timbrazo ya le molestó, cuando se dio vuelta para insultar a quien sea, la bicicleta lo atropelló. Taboada, la bicicleta y el chino cayeron para lados diferentes. Taboada enfurecido se levantó para golpearlo, cuando lo tenía de las solapas de la camisa, el chino soltó una palabra:

- “Asado.”

Taboada detuvo su puño a mitad de camino y el chino repitió.

- “Asado, asado.”

“Sí, asado! ¿Qué sabes de eso pibe?” Evidentemente lo que sabía muy poco de español, por lo que le hizo señas para que lo siguiera. Taboada lo siguió hasta el fin de la calle, dobló a la derecha, luego a la derecha y luego a la derecha, llegando al mismo lugar donde estaban. Lo cual hizo enfurecer todavía más a Taboada. Cuando lo agarro nuevamente de las solapas, el chino dijo.

- “Es para despistar.”

Luego golpeó una puerta cuatro veces y maulló tres. La puerta se abrió, una escalera los llevó hasta un sótano oscuro y con goteras. El chino entró a una puerta y le dijo a Taboada que espere en el pasillo. Taboada no entendía mucho, pero su olfato le decía que estaba en el camino correcto. Después de unos minutos la puerta se abrió y Taboada entró a una habitación más oscura y con más goteras aún. La única luz apuntaba al rostro de un anciano vestido de kimono que estaba intentando atrapar un grillo con un hisopo.

- “Típico, pronosticaron lluvia y yo me dejé el paraguas en casa.” Dijo Taboada para cortar el hielo.

- “Bienvenido Sr. Taboada. Siéntese por favor. Escuché que usted está buscando algo.”

- “Sí, ¿quién es usted? ¿Qué sabe del asado?”

“- Calma Sr. Taboada. Todo a su tiempo. Si quiere respuestas, va a tener que ganárselas.”

- “¿Ganármelas? ¿A qué se refiere?”

El viejo sacó un mazo de cartas y dijo:

- “Un partido a treinta, sin jardinera. Cortá, vos sos mano.”

Taboada seguía atentamente las manos del anciano, no sea cosa que le vengan a meter la mula justo a él.
Recibe las cartas: Un tres de oro, un siete falso y un sota.
Juega el sota.
El anciano canta envido. -“Envido-envido.” Apura Taboada. El anciano no se arriesga y la deja pasar. Dos puntos para Taboada. El anciano juega un tres y un seis de copas. – “Truco, quiero retruco, quiero.” Taboada coloca las dos cartas una exactamente encima de la otra. El anciano corrobora con su dedo que la carta de abajo mata su seis. Taboada sonríe. “- Quiero vale cuatro.” Taboada miró profundamente en los ojos del anciano. No podía ver mucho por la falta de luz y el agua cayendo del techo sobre su frente.
–“Quiero.” El anciano jugó las cartas sobre el mazo. Primera mano, seis puntos para Taboada.
En la segunda mano el anciano ligo tanto y Taboada tres sotas. El partido fue más parejo de lo pensado. Taboada ganando por cinco, después el ansiando entrando a las buenas con tres punto arriba por un vale cuatro no querido. Así llegaron a estar veintisiete a veintinueve.
Le tocaba repartir a Taboada. El anciano sonríe con la primera, con la segunda y no tanto con la tercera. El chino juega un seis de basto. Taboada canta envido. – “Real envido. Falta envido. Treinta y tres. Me ganaste de mano.” El anciano se levantó para festejar su victoria mostrando sus cartas, sin recordar que solo había ganado un punto que era lo que separaba a Taboada del triunfo. El anciano dejó ver sus otras dos cartas: un siete de copas y un caballo. Taboada sonrió. Los suyos eran de espada y además tenía el ancho.
Entre llantos, el anciano explicó a Taboada como llegar al monasterio de Drepung, en lo alto del Tíbet.

En el cuarto día de la expedición, Taboada está exhausto, el frío y el viento son inaguantables. Taboada y el chino, que se ofreció a acompañarlo a cambio que le enseñe a jugar al truco, continúan subiendo la cuesta. Una ráfaga de viento golpeó la montaña. El cielo se despejó y entre dos nubes apareció el monasterio. La cara de Taboada se iluminó. Sabía que estaba cerca. Infló su pecho de aire. Olía a verdad.

Llegaron al monasterio justo a la hora del almuerzo. Una vez dentro, el chino hizo las veces de traductor. El monje les dio las bienvenidas y los invitó a comer con ellos.
Taboada aceptó. – “Preguntale que hay de comer.” El chino preguntó y recibió la respuesta con una sonrisa. Taboada no precisaba saber más.
Entraron al salón comedor. El olor a carbón, humo y carne invadían el recinto.
A Taboada se le hacía agua la boca. Lo que había sido un murmullo de gente ahora era silencio. Todas las miradas estaban sobre Taboada y su compañero de viaje. Ellos saludaron y se sentaron a la mesa. La primera porción de asado fue para el monje principal, la segunda para Taboada. No lo podía creer. Lo que podría ser el mejor asado del mundo estaba frente a sus ojos. Dio el primer bocado. El punto justo, cocido y hasta medio crocante por fuera, jugoso por dentro. Tal como lo decía la carta. Taboada no necesitaba masticar para que la carne se deshaga en su boca. Fue ahí cuándo se dio cuenta que solo había tenedor y cuchara para comer. Cualquier cuchillo estaba de más. Taboada comió su porción y pidió repetir tres veces. Era verdad, todo era verdad. La textura, el aroma. Nunca había comido un asado así. Era una verdadera explosión de sabor. Cuando estaba terminando su tercer plato, sonó una campanada. Todos en el recinto se levantaron y miraron hacia la puerta de la cocina, Taboada también. Las puertas se abrieron y salió un monje gordo con un delantal blanco manchado de grasa y cenizas. Ante el gesto de reverencia de todos sus compañeros, el monje gordo dijo:

- “Un aplauso para el asador, no sean culeados.”

La ovación fue masiva.
Para la sorpresa de Taboada el asador era el gordo Toti, un cordobés de Río Tercero, que se había rajado de la Argentina justo antes del quilombo del corralito.

Los dos se quedaron entre Fernet y Fernet, contando cuentos hasta altas horas de la noche. Así fue que Taboada desmitificó que el mejor asado del mundo en verdad era chino, pero de Río Tercero.




Fotografía: Damián Nuñez.

Risotto del tiempo.

Esta, es la historia de María Angélica Muñóz. Una historia de poco presente y mucho pasado.

María Angélica es, o era, o es (más adelante en el relato, darán cuenta de porqué es difícil establecer tiempos verbales cuándo se habla de ella.) una mujer que vive de los recuerdos.
Todos tenemos una tía que relata siempre las mismas anécdotas, hasta cuenta los mismos chistes una y otra y otra vez, chistes de los cuales todos estamos obligados a reírnos como si fueran nuevas, por simple cortesía.

Ella es la típica persona que afirma, con total seguridad, que todo tiempo pasado fue mejor.
Que antes los políticos eran menos corruptos, que los chicos respetaban a sus mayores y que todavía quedaban costumbres.

El gusto musical, los libros de su biblioteca y las películas preferidas de María Angélica se puede resumir en una palabra: Clásicos.

María Angélica no se subió nunca a la era digital, no tiene ni mail, ni ciberamigos y la letra @ no llegó a entrar en su diccionario.
Sin embargo un artículo fruto de la era moderna sí entró en su mundo. Un producto de la tecnología sí logró ser parte de su día a día. No ha sido el lavavajillas, ni la multicheff, ni el microondas. Todos estos electrodomésticos no hacen más que adelantar los procesos y que el futuro llegue más rápido de lo debido. Quién conoce a María Angélica, sabe que ella no dejaría nada de eso entrar en su cocina.

Pero cuándo le informaron que existía un aparato que hacía que los productos se mantuvieran su estado natural durante más de seis meses, que lograba que el tiempo quedara estanco, como si apretase el botón de pausa en la video-cassettera, no pudo resistir a la tentación.
Así fue que María Angélica se compró su primer freezer.

Fotos, videos, grabaciones, todos estos recuerdos no eran comparables con lo que María Angélica podía conseguir con un freezer.
Ella quería sentir y para eso tenía que conectarse con más de dos sentidos.

Él que dice que nunca fue arrastrado a un lugar y un momento en el pasado gracias al aroma de un plato o a una cucharada de postre, miente.
¿Quién no vivió esas milésimas de segundos en que creés volver a ese instante de niñez, que tras un suspiro, se desvanece?

Así fue donde María Angélica encontró la solución a su necesidad de revivir lo vivido. En la comida. Pero no era cuestión de aprender recetas y repetirlas, ya que todas tienen su secreto y la mano de quién la prepara.

María Angélica se dio cuenta que congelar comidas era una posibilidad de revivir lo que quisiera cuando quisiera, sin depender de nadie.
Todo empezó con el cumpleaños de su hija de 15, sobraron varias porciones de la tradicional torta rellena con dulce de leche, crema y frutillas. Descongelarla luego de 2 años era como revivir su entrada al salón con ese vestido y las flores, los tíos sacando fotos, las lagrimas de las abuelas, el vals, el carnaval carioca, todo.
Lo mismo sucedió con el risotto de habas y tomates confitados que cocinó para el trigésimo aniversario de bodas con Nestor. O con el lomo a la pimienta que preparó el día que se enteró que iba a ser abuela.

Muchos rotulan los tupper en el freezer con el nombre de la comida, como para no terminar descongelando un sabayón para acompañar un pollo, creyendo que es un puré de papas.
María Angélica en cambio, coloca fechas, como si fueran vinos en una bodega. Esperando a que los recuerdos se añejen.
Mientras algunos congelan las sobras de cada día, como una buena manera de contribuir a la economía del hogar, María Angélica convirtió a la parte de arriba de la heladera, en una máquina del tiempo.

La posibilidad de encontrarse una y otra vez con la comida que había preparado tiempo atrás, con el mismo sabor, la misma textura y frescura, seducía tanto a María Angélica que empezó a cocinar de más, sólo para congelar y seguir recordando.

Descongelar masas exclusivamente en horno; no congelar preparaciones con huevo duro; envolver el pan en papel absorbente pasar unos segundos en microondas y luego darle un toque de horno para que parezca recién horneado; saber que se puede descongelar y volver a congelar carnes cuando cambian de estado; son algunos de los tantos conocimientos que le permitieron congelar cada vez más y terminaron por obsesionarla.

Gracias a esa obsesión de congelar fue que María Angélica tuvo un consuelo el día que Nestor murió.
Fue trágico y dramático para toda la familia, en especial para ella.
Pero cuándo todos lloraron hasta secarse los ojos de lágrimas, cuándo todos dijeron grandes palabra sobre su hombre y compañero de vida. Cuándo ya todos le dieron el pésame. Cuándo se encontró de nuevo en casa poniendo la mesa para ella y una silla vacía, fue que se dio cuenta.

María Angélica fue hasta el living, puso una canción de Rita Pavone, descorchó un vino, abrió el freezer y descongeló una pequeña porción del risotto de habas para cenar una vez más, con su amado Nestor.

Café Vs. Té.



Entra el Turco al bar, saluda levantando la ceja al Omar atrás de la barra. Omar ni pregunta y empieza a preparar un café corto con una gota de leche.
El Turco da una panorámica y controla. La fauna del bar es la de costumbre.

Está la mesa de los timberos, siempre con la trifecta fija y siempre pidiendo fiado. La mesa de los Rusos, en la que todavía se habla de que Ballester era un reino que no dió cierto.
Más atrás la mesa del Topo con la minita de turno. Esta vez era una gringa, rubia, alta y de ojos verdes. Fea como la mierda la pobre, pero igual era rubia, alta, gringa y de ojos verdes. El Topo es uno de esos tipos que no importa si es linda o fulera, el tema es como la contás.

Finalmente se sienta en la mesa del fondo, contra la ventana que da a la calle Belgrano.
¿Qué hacés Turco? Da las bienvenidas el Chala.
El turco saluda como pasando lista en una clase de primaria.
Chala. Patineta. Miguel.
A Miguel nunca le encontraron un buen apodo. Una vez le quisieron poner Pitirosporum Ovale, porque apareció de extra en una propaganda de shampoo. Pero era un apodo demasiado largo. El Turco decía siempre un apodo tiene que ser lo sufucientemente corto para para jugar al fútbol. Imaginate, entre que decís Pasala Pitirosporum Ovale, pasala que estóy solo, al Miguel le sacaron la pelota diez veces. Encima que el Miguel nunca fue un centroforward agraciado con el don de la habilidad. Pitirosporum Ovale duró menos que un pedo en una canasta. Miguel. Corto y consiso. En todo caso, el problema lo tendrá el próximo Miguel que quiera entrar al grupo.

Llega el Omar y le pone el café corto con una gota de leche.
El Turco se disculpa y dice.
¿Sabés que Omar? hoy me voy a tomar un Té.
¿Qué te pasa Turco? ¿Estás enfermo? Arremetió el Patineta.
No boludo, ¿por qué?
¿Comiste algo que te cayo mal? Siguió preguntando el Chala.
No, simplemente me levanté con ganas de tomar Té. ¿Qué pasa? ¿No puedo?
¿Y con el café que hacemos? Pregunto antes que se enfríe el Omar.
Dejá que me lo tomo yo. El Turco anda medio mariconeando, viste? Saltó el Miguel.
Qué mente cerrada que son ustedes, no lo puedo creer viejo.
Qué culo abierto serás vos querrás decir. El Miguel andaba inspirado.
Lo que ustedes no entienden, es que el Té es una simple víctima del marketing.
¿Qué carajo hablás Turco?
De verdad les digo.
Acaso, decime vos, ¿en qué momento el Té le perdió la pulseada al café?
No se, desde siempre.
Yo se cuando fue. Hubo un día, el día en que se puso de moda tomar un café después de comer. Ese día el Té cagó la fruta. Pensalo, el Té es mucho más digestivo que el café.

¿Alguna vez probaron un Té Negro de Ceylan con trocitos de jengibre, maracuya, durazno y pétalos de girasol?
No y por dos razones, porque no soy puto y porque no soy puto.
Otra vez con eso.
Pero Turco, el café se toma después de comer para que no te agarre la modorra.
Eso, el café tiene cafeina, ves Turco.
Y el Té también.
JA! Claro, el Té, cafeína, justo! Solto el Chala golpeando la mesa y buscando risas complices con la mirada.
El resto entró en la duda.
Todos sabían que el Turco era un tipo documentado. Desde siempre estuvo inscripto en la Readers Digest y se pasa viendo el Discovery. Era difícil argumantarle al Turco.

Bue, esa te la dejo pasar Chala. Sigamos. Lo que les decía. Es todo marketing.

Pero por ejemplo, ¿por qué el boliche no se llama Té el Urbión? Eh? Yo te voy a decir porqué. Porque si se llamara Té el Urbión, esto estaría lleno de viejas jugando Rummy.
Esa es verdad Turco, al Té el Urbión no vengo ni en pedo.

Claro muchachos, ahora ya está, las cartas están echadas. No da para cambiar la historia. Pero hay que verlo con otro ojos, criticar a los estandartes sociales. Tener una opinión formada. No es por hacerme el distinto, ni el místico, ni nada. Es una cuestión de gustos.

Para mi que a vos te gusta hacerte el señorito francés. Inentó hacer un chiste el Chala.
Chala, es la segunda. El Turco perdía la paciencia contra la ignorancia del Chala. Al final no se puede hablar de un tema serio con ustedes.
Para mi el Té es como tomar agua sucia con sabor. Arremetió el Miguel.
El turco entre risas comenta: Ah claro, y el café es mondongo con papas.
Si bueno, pero no es lo mismo che. Café es café.

El Patineta, que hasta entoncés era el más callado se decidió a dar su opinión.
Turco, sabés porque no da tomar Té?
Se acomodó en la silla y empezó su teoría.

Imaginate que estás en la calle, te miroteas con una mina en el bondi. Ella sonríe, vos te hacés el intersante.
¿Es morocha la mina?¿está buena? Pregunta el Chala.
¿Qué importa Chala?
Necesito saber, para entender bien el cuento tengo que saber los detalles.
Bueno, si, está buena. Entonces. Ves que toca el timbre y…
¿Y… es morocha?
Daaaale Chala, dejalo seguir con la idea.
Ta bien, ta bien. Solo quiero dejar en claro que yo me estoy imaginando una morocha.

Bueno Chala, el tema es que te hacés medio el gil, te bajás en la misma parada, lo de siempre, empezás un dialogo casual, de tráfico, que kilombo de la ciudad, que el clima.
Ves que la cosa va bien. Sentís la vibra. Al patineta le encanta hacer este tipo de entre para decir las cosas. Ella es intrigante pero no rara, piola pero no atorranta, bohemia pero no hippie.

Y morocha. Agrega el Chala.

El Patineta sin hacer caso continúa. Te engató. Ella está en sintonía. Ella se está riendo, tenés chances. Lo sabés. Estás confiado. Vos podés. Estás como querés. Caminás a dos metros del suelo. Y en ese momento de gloria, te decidís y das el paso:
Escuchame linda, porque no me das tu telefono y nos juntamos a tomar un Té?

¿Sabés el boleo en el tujes que te mete la mina? ¿Te das una idea, Turco?

El Turco respiró hondo como para empezar argumentar algo. Pero se quedó cayado.
Me cagaste Patineta, esta vez me cagaste. Sentenció el Turco. Y ahí nomás el Patineta le hizo señas al Omar para que traiga 4 cafés.




Fotografía: Alexandre d´Albergaria.

Strogonoff aéreo.

Muchos dicen que la comida de avión no merece el título de comida, que soló es una excusa para engañar el estomago durante el vuelo. Que hasta la cantidad es poca a propósito, porque nadie comería más que lo que cabe en esa bandejita.
Puede que tengan razón, pero los que dicen eso, jamás probaron el pollo al strogonoff de Atlantic International.

Esta línea aérea comezó, como su nombre lo indica, conectando ciudades de uno y otro lado del Océano Atlántico. Tiempo despúes, el mundo globalizado se encargo de que Atlantic International haga vuelos por encima del resto de los océanos. Con un mínimo de nueve horas de viaje, estaba garantizada una comida, ya sea almuerzo o cena. Y por cada almuerzo o cena, existía una posibilidad de recibir una porción de pollo a la strogonoff.

Se dice que el éxito de esta empresa aérea multinacional se debe, en gran medida, a unos simples trozos de pollo envueltos en una salsa suculenta.

En lugar de la típica pregunta: ¿Qué se va a servir? ¿Pollo o pastas? Las azafatas pasaban levantando pedidos preguntando: ¿Pata o muslo?

Por esta época fue que Jaqueline Vouguen comenzó a trabajar como asistente a bordo.
Siempre impecable, con su traje color caqui y su sonrisa llena de dientes. Parecía una gazela gesticulando dónde quedaban las salidas de emergencia. Con la dulzura de una chica de unos veintipocos años, recien cumplidos.

El momento de la comida era su preferido por dos cosas: porque la gente le agradecía y la felicitaba como si el pollo hubiera sido fruto de sus propias manos. Al prinicipio, su reacción era explicar que ella no tenía nada que ver, que en todo caso, ella se iba a encargar de comunicar el halago a la cocinera. Pero con el tiempo, cambió las explicaciones por agradecimientos y se hizo cargo completamente de todos los créditos. Al fin y al cabo de alguna u otra manera, era ella la fuente de donde provenía tan preciado manjar.

La segunda causa por la cual el momento de la comida era el mejor del viaje, era básico y simple. Después de servir a todos los pasajeros, es el momento de comer para los tripulantes. Los compañeros de vuelo de Jaqueline iban cambiando, las charlas también. Algunas eran más divertidas, otras simplemente se trataban sobre en cuántas ciudades había estado cada uno. Charla que para Jaqueline, era una competencia absurda enmascarada de cordialidad. Nadie quería saber en realidad donde había estado el otro, sino ver donde no había estado, para entrar con el comentario:
-“¿Cómo?, ¿no fuiste a Bangladesh? no te lo puedo creer. Si no fuiste a Bangladesh, no viste nada. Allá es otra cultura, otros valores y se come de bien!”
Cada vez que escuchaba estas frases, ella pensaba: - “Esta se hace mucho la viajera y apuesto que no salió del aeropuerto y la comida de la que tanto habla, seguro venía en bandeja y con el logo de Atlantic International.”

De todas maneras, ninguna charla era mala, mientras hubiera pollo al strogonoff de por medio. Jaqueline disfrutaba mucho el aroma, la espesura de la salsa, el punto jugoso del pollo.

Con tanta cantidad de vuelos y destinos, es moneda corriente en este tipo de rubro que entre los tripulantes aéreos se pidan favores. Se cubran unos a otros, algo asi como: hoy voy a Madrid por vos y mañana vas a Hamburgo por mi.
Habitualmente, la persona interesada en cambiar de destino, lo hace para ir a uno más exótico, o uno donde tiene algún amante o amigo para ir a visitar.
En el caso de Jaqueline, si tenía que elegir entre, Tokio o Sidney, elegía el vuelo que venía con pollo.

Así fue que de Paris voló a Bruselas, de Bruselas a Florida, de Florida a San Francisco, de San Francisco a Hawai y de Hawai a Seul, de Seul a Mumbai, Mumbai a Estambul y de Estambul a Paris. Siempre siguiendo la ruta del pollo. Quien conoce la historia de Jaqueline Vouguen, piensa que es una persona cerrada a probar nuevas cosas. Lo que no saben, es que en cada destino, Jaqueline iba en búsqueda de un plato que supere en su podio personal al pollo al strogonoff. Le dio chances a los mejillones de Bruselas, cenó kim chee en uno de los mejores restaurantes coreanos en Seul y también se dejó tentar por el Khorma en Mumbai. Pero ninguno como de estos superaba al pollo degustado a treinta mil pies de altura.
Cuando terminó de dar la vuelta, se dió cuenta que entre vuelo y vuelo fue ganando horas y al final del viaje había ganado todo un día. Un día de vida. Tal como en el cuento del viaje en globo. Esto le causo gracia y comenzó a hacerlo como rutina. Repitió ese itinerario semanalmente durante meses. Siempre hacia el Oeste, siempre ganando horas y siempre disfrutando de su pollo al strogonoff.

Al año y medio habia ganado un mes. Y así siguió, buscando vuelo cada vez más largos, sin escalas, casi en linea recta. Mientras menos conexiones, más rápido estaría ganando horas.
Los vuelos largos e incomodos que nadie quería, eran los preferidos por Jaqueline.
Asi fue que modificó su ruta para viajar de Paris a New York, de New York a Seattle, de Seattle a Tokio y de Tokio a Paris.
Cada vez que volvía a Paris sentía que volvía a casa y allí se quedaba una semana.
Pasaron los años y su colección de horas, días y meses llegó a veintitres meses, quince días y ocho horas. Casi dos años de vida ganados. Dos años. Esto la estimulaba cada vez más.
Es sabido que en la profesión de los asistentes aéreos, la juventud es casi un requisito. Nunca nadie vió una asafata vieja.

Este último pensamiento repicaba en la cabeza de Jaqueline. Cada vez que estaba en tierra, sentía como su cuerpo envejecía segundo a segundo. Porque no estaba viajando hacia el Oeste, porque no estaba ganando horas, porque estaba perdiendo el tiempo. Su carrera contra el tiempo era diferente a la de las demás mujeres, ella no necesitaba de cremas antiarrugas, ni pilates, ni liftings, ella sólo necesitaba volar.

Así fue que un día, exactamente un quince de Septiembre, decidió tomar una medida drástica: Paris-Vancouver, Vancouver-Shangai, Shangai-Paris. Sin escalas, sin demoras. Tres vuelos, de ocho horas cada uno, seguidos, siempre ganando horas, siempre hacia el Oeste. Llegó a Paris en lo que tarda un día y había ganado casi la misma cantidad de horas. El tiempo no pasó, al menos para ella. Siguió siendo quince de Septiembre, al menos para ella.

Ese quince de Septiembre, que para el resto del mundo era dieciseis, Jaqueline Vouguen descubrió que para ser azafata, sólo tendría que mantenerse joven y para mantenerse joven, solo tendría que seguir siendo azafata.
Ella continúa trabajando en Atlantic Intertational, viajando de Paris a Vancouver, de Vancouver a Tokio y de Tokio a Paris. Siempre impecable, con su traje color caqui y su sonrisa llena de dientes. Pareciendo una gazela gesticulando dónde quedaban las salidas de emergencia. Con la dulcura de una chica de unos veintipocos años, recien cumplidos.
Y siempre esperando con ansias el momento de la comida, para disfrutar su pollo a la strogonoff.

Vidriera

Con ustedes las celebrities que pasaron por nuestro espacio en la muestra de Off en vivo.
Gracias a todos!




La niña que nació de un guiso. (Versión prosa)

- “Fijate cada veinte minutos si está listo.” Eso le había dicho Vero y eso recordaba con humor a cada hora que pasaba. Mira el calendario y no lo puede creer. Las primeras tres semanas se le pasaron sin darse cuenta. Como era invierno, con frío y lluvia, ni ganas de salir a la calle le daban. Además la novela se ponía interesante capítulo a capítulo. Y la novedad de las novelas enteras en DVD, le despertó una adicción absurdamente moderna. Sólo tenía que ocuparse de vez en cuando de revolver la preparación.

Martina no era buena cocinera, tampoco le interesaba serlo. Cuando se mudó con Javier, hizo un primer intento y probó suerte con un curso de cocina fácil, esos que arrancan desde “Para prender la ornalla…”, pero el sólo hecho de pasar una hora preparando algo que se come en diez minutos, le parecía extraño.

Martina siempre siguió los consejos de su amiga al pie de la letra, tanto los culinarios como los consejos de pareja. Después de todo, fue gracias a ese pollo a la barbacoa que conquistó el corazón de Javier.

- “Dale tiempo para que salga en su punto justo” Otra de las frases de su amiga. En su cabeza, cada minuto que pasaba, podía ser el último. Sin importar cuanto había pasado. O mejor dicho, sí, teniendo en cuenta todo el tiempo que había pasado, porque mientras más tiempo esperaba, menos tiempo iba a esperar. Eso la esperanzaba y no la dejaba ni siquiera poner sobre la mesa la hipótesis de abandonar la cocción a la mitad.

Mientras espiaba impaciente esa gran cacerola, Martina se enredaba con sus propios pensamientos. Veinte minutos. Ni uno mas, ni uno menos. ¿Cuántas veces en su vida se había sentido presa del tiempo? Muchas. Este era un ejemplo más de que finalmente, el tiempo termina definiendo el resultado.

A la semana número diecisiete Martina empezó a medir el tiempo en secciones de veinte minutos, cada vez que el reloj, marcaba los veinte minutos, Martina miraba el horno. “Pucha digo, todavía no está” y vuelta a poner el relojito.

Para esta altura, Martina se había mudado a la cocina. Tener la cama mas cerca del horno la hacía estar atenta y poder cada veinte minutos, revolver la preparación, poner el reloj otros veinte minutos y volver a dormir, sin salir de la cama.

Con el tiempo ella se empezó a notar un poco más gorda, pero pensó que era a causa del sedentarismo. Hacía semanas que no se separaba de al lado del horno.

- “Minutos más sale seco, minutos menos, crudo.”Enredada pensaba en como el tiempo iba resolviendo su vida. Por estos tiempos ya empezaba a sentir cosas diferentes, aparte de movimientos extraños en su cuerpo y dolores que no entendía de donde venían.

Había seguido todas las indicaciones de Vero, picó cebolla, morrón, puerro, champignones, hongos, reahogó todo en una cacerola, le agregó lentejas, caldo de verduras, puré de tomates, laurel y unas arvejas.

Constantes sentimientos encontrados.Por momentos se enojaba. Por momentos estaba feliz.Se encontró irritada, gritando barbaridades a un vecino que tenía la música fuerte, para minutos después pedirle que suba el volumen de ese tema de The Cure que tanto le gusta.

Muchos hubieran abandonado en la semana número treinta y dos, pero no Martina. Ella sentía para ese entonces, como un inexplicable sentimiento de protección empezaba a tomar buen porcentaje de su conciencia. Cosa rara en una típica sagitariana independiente.Sentía que esa preparación debía ser protegida, y quien mejor que quien la creó para protegerla.

A la semana número treinta y seis, sentía que algo grande venía. Algo adentro suyo se lo decía. Sonó la alarma del horno. Casi automáticamente se levanto para hacer una vez más el ritual de abrir levantar la tapa, revolver, poner el reloj y volver a la cama. Antes de entrar en la cama, se distrajo viendo algo en la ventana. No por la ventana, sino en la ventana. Su reflejo.Hacía meses que no se veía en un espejo.

El primer grito fue del susto, porque pensó que estaba viendo a una extraña. El segundo fue porque se dio cuenta que se estaba viendo a ella misma. La panza, la cara, las piernas, los brazos, los hombros, la cintura, todo hinchado. Al borde de la desfiguración. Increíblemente hinchado. El tercer grito fue de dolor. Una puntada gigante dobló a Martina al medio. Su respiración se agitó de golpe, sus pulsaciones superaban ampliamente lo normal. Transpiraban sus manos, su frente, su vientre. No pudo más que tirarse en la cama de piernas abiertas.El aire estaba enrarecido, el calor empaño todos los vidrios de la cocina. Otra puntada aún más fuerte que la primera y la mitad de una uña se le saltó, haciendo fuerza para aguantar el dolor. Martina no sabía que estaba pasando. El oxigeno en esa cocina no era suficiente para dejarla pensar. Con la tercera puntada sonó la alarma del horno. Se escuchó un nuevo grito en forma de llanto, que ya no era de ella, sino que venía del horno. La preparación estaba lista.

La niña que nació de un guiso. (Versión verso.)




Una madre que procrear no podía,
dejar de llorar decidió un día.
Pues manos a la obra pondría,
y en una cacerola lo cocería.

Puso todos y más algún ingrediente,
sin saber que amor y cariño era suficiente.
El guiso comenzó siendo guiso,
y terminó convirtiéndose en hijo.

Abundan niños con antojos en lugar de cara,
pero este caso al revés sería,
pues la madre que una hija deseara,
una tarta con cara de niña tendría.

Niña Tarta la llamarían,
pues aspecto de eso tenía.
sin importar que el destino quiso,
que ella naciera de un simple guiso.

En la playa mal la pasaba.
Sola, y triste siempre jugaba.
Si algún perro astuto se acercaba,
era por el olor a tarta recalentada.

Niña Tarta entró a la escuela,
de amigas nuevas se rodeaba,
ninguna flaca ni esbelta,
sino gordinflonas en manada.

Y resultó su grupo más cercano,
ser del cuento el villano.
Una excursión al zoológico sería,
de donde la Niña Tarta jamás volvería.

Ninguno de sus compañeros faltaba
cuando de probar la tarta se trataba.
Ignacio impaciente, fue el primero,
en tomar coraje y comer un trozo.
El comentario fue cruel y certero,
¨Nunca comí algo tan sabroso.¨

Uno a uno probarían,
el sabor a tarta prohibida.
Ya frente a la jaula del gorila,
ni la mitad de niña había.

Se oyó decir entre la jauría,
que media niña, sospechas daría.
Piedad, lloró la Niña a su amiga Paula.
Era tarde, ya yacía dentro de la jaula.




Aclaración: esta historia fue altamente influenciada por el libro: La melancólica muerte del niño ostra y otras historias, de Tim Burton, que se lo recomendamos mucho mucho.




Ilustración: Bruna Guerreiro.

Ñoqui Sindicalista.



Compañeros!


Yo, como ustedes, soy un ñoqui y estoy harto. Harto de los rituales. Sé, de facto, que no soy el único en esta condición. Hay varios como yo, muchos aquí presentes. Es hora de levantarnos en contra del dictador que proclamó tantas leyes para con los de nuestra clase y de sus seguidores.
Creen que no podemos contra ellos, que no somos capaces de tener la fuerza suficiente. Yo digo que: Unidos podemos. Es sólo dejarnos hervir un poco más y van a ver cuán unidos podemos ser. Por eso proclamo que sea inminente la formación de la UÑER, la Unión de Ñoquis En contra de Rituales. Organismo que luchará por varias causas. Como ser, el 29.


Lejos de ser desagradecidos, hay que admitir que cuando ese día llega, sentimos cierto prestigio. Además no todos los platos tienen su día. Somos concientes que hay casos
mucho peores, como el de nuestro viejo y querido locro, que tiene nada más que un día de gloria al año. De todas maneras, ya bastante tenemos con nuestra proclama, como para andar defendiendo causas ajenas.Es tiempo que nos revelemos contra esta fecha que nos encasilla. Que nos deja relegados al final de cada mes. Esto sin ni siquiera hablar del mes de Febrero, al cual esperamos como si fuera un mundial fútbol, una vez cada cuatro años.Esta desvalorización es una muestra de ingratitud, una desvalorización, como tantas otras.


Es que no se dan cuenta que somos uno de los platos más nobles, que siempre estamos dispuesto. A los hechos me remito compañeros: Un fideo te tarda de 8 a 10 minutos después de hervido, unos ravioles de 5 a 8. En cambio nosotros, es sólo meternos en el agua que ahí estamos, flotando. Qué digo flotando?! Saltando para que nos pesquen y nos sirvan. Creo fehacientemente que somos la opción ideal para el soltero que no sabe que cocinar. También para la madre ejecutiva que no tiene tiempo de andar con recetas elaboradas. Ñoquis, manteca y queso. ¿Quién se resiste a un plato así?


Otra situación inentendible a tratar: ¿Qué es esa historia de ponernos plata? ¿Acaso no somos los suficientemente apetitosos, que tienen que andar pagando para que nos coman? Haciendo números en el aire, multiplicando un promedio de 2 pesos por plato de cada argentino una vez al mes, en los últimos años deben ser millones los que se gastaron. ¿Por qué no utilizar ese dinero para otra cosa? Para producir más y mejores salsas por ejemplo.Para comprar un espacio más prestigioso del menú y de esta manera llegar a lo más alto del listado de pastas.


Continuo enumerando compañeros y pregunto, ¿por qué no hablar de la moda de no pasarnos el tenedor? De esa tendencia que dice que un pequeño cubo de masa se puede llamar ñoqui. De ninguna manera señores! Ya lo dijo el prestigioso cirujano plástico especialista en senos Vladimiro Gutierrez: ¨El secreto está en la forma.¨ No me refiero tanto a las canaletas, que son más de pinta que otra cosa. Pero me refiero al huequito que se hace dentro del rulo. Ese huequito lleno de salsa, es como un bombón con sorpresa en forma de sabor, que explota en la boca.


Esta situación no da para más amigos. Es como una olla a presión en la que estamos metidos.Propongo que convoquemos a una asamblea extraordinaria y votemos para que hoy, 28 de noviembre del 2008 sea el día en que el ñoqui dejó de ser un ritual caprichoso y proclamó su igualdad ante el pueblo gastronómico.


Me llena de esperanza verlos aquí reunidos a todos, desde clásicos de papa, hasta los modernos coloridos de remolacha, pasando por saborizados y los soufflé.

Les garantizo que luchando, podemos lograr que quieran tenernos en su plato sin mirar el almanaque. Y por sobre todas las cosas, sin coimas de por medio.


Me despido, no sin antes agradecer a todos los presentes y desear mucho queso rallado para todo el mundo.


Y recuerden compañeros: Juntos, somos una masa!





Ilustración: Bruna Guerreiro.

Que no quede en un Blog: Muestra+Fiesta


El viernes 28 de noviembre los esperamos en Espacio Giesso donde tendremos un espacio especial para "Que no quede en picada".
Se trata de una muestra, donde se expodrán los trabajos publicados por nuestro blog amigo Off.
Off, es creada y realizada mes a mes por Gabi Marin desde La Toscana, Italia, donde muestra no sólo diferentes disciplinas artísticas, sino también diferentes costumbres y maneras de vivir. Se mostrarán en vivo los trabajos presentados on line en sus diferentes secciones durante casi dos años.
Comenzará a las 21 y contará con exhibiciones de pinturas, dibujos, música en vivo, animaciones, escritos y, quién dice, tal vez luego del toque de queda terminemos danzando en medio de esta puesta en escena cultural.

Los esperamos!
Dani y Juan

[ PARA AGENDAR ]
Qué: Off en vivo
Cuándo: Viernes 28 de Noviembre. 21 hs.
Dónde: Cochabamba 360, San Telmo, Buenos Aires, Argentina.
Datos importantes: Entrada sin cargo.
Qué se verá, escuchará, degustará, sentirá en la muestra: www.off-montepulciano.blogspot.com