Marcos no era un tipo de muchas luces. Desde chico, su madre tenía que andarle encima para llamarle que tenga cuidado y que no sea tan pelotudo. Es que cuando uno es chico no tiene mucha consciencia del peligro.
La curiosidad puede más y cuando uno ve dos agujeros en la pared quiere meter los dedos o unas tijeras a ver qué pasa. Y digamos que Marcos, tenía mucha curiosidad.
Por eso la madre además de tener que tapar todos los enchufes de la casa, tuvo que comprar cubiertos de goma, poner red en la ventana (a pesar que vivían en planta baja) y ponerle candado a la heladera para que Marquitos no se meta a jugar a la escondida y termine como Walt Disney.
Su padre, el Dr. Gutierrez, psicólogo, al principio creía que Marquitos se comportaba de esa manera para llamar la atención. Cosas típicas de la edad. Pero cuando lo encontró secándose el pelo con la hornalla de la cocina, no aguantó más y lo llevó a ver a un colega especialista en preadolescentes.
Después de tres sesiones, el psicólogo no tuvo más remedio que citar a los padres de Marcos para una entrevista.
El psicólogo pidió a Marcos que espere en la sala. La madre temía lo peor: que su querido hijo tenga tendencias suicidas. Tenía pánico que el diagnóstico del médico sea que su pequeño retoño no valoraba la vida y que la opresión de la sociedad era tan grande en su personalidad, que había logrado opacar las primaveras de su juventud.
El psicólogo se dio cuenta del nerviosismo de la madre y decidió ser duro y al grano: Tranquila señora, Marquitos no tiene nada grave, su hijo es, simplemente, un pelotudo. Pero como le dije antes, no hay que tener miedo, la pelotudez es algo humano. Es más, como ustedes sabrán, pelotudos hay por todos lados. Sobre todo manejando taxis o en el Congreso.
Estuve investigando al respecto y descubrí que hay estudios que indican que la pelotudez puede ser curada. Para esto hay que trabajar arduamente sobre cuestiones fundamentales del subconsciente, aunque también debo admitir, que la misma universidad, meses después publicó un estudio en el que dice que la pelotudez humana no tiene límites. Así que podríamos decir que las chances de que Marcos deje de ser un pelotudo son 50 y 50.
Los padres salieron del consultorio sin entender demasiado. Y entraron rápidamente en la etapa de la negación. No podía ser que su hijo sea tan pelotudo.
Sin embargo, meses después, en la sala de espera del Hospital Zubizarreta, el padre llorando desconsolado, dio el brazo a torcer y cuando el enfermero de turno se acercó para consolarlo dijo: Es verdad, no hay como ocultarlo más, mi hijo es un pelotudo, un reverendo pelotudo.
Lo que había pasado era que en un documental sobre el viejo continente, o en un programa de Marley por el mundo, para ser más específico, Marcos había visto que en Inglaterra, los autos andan en sentido contrario. Por tanto los peatones, tienen que acostumbrarse a mirar hacia la derecha, en lugar de a la izquierda. Y eso fue exactamente lo que hizo Marcos al cruzar la calle Londres. El problema es que era la calle Londres de Parque Chas. Por suerte el Fiat 147 venía a despacio, a 20 km/h, que era la máxima, dado que se trataba de una zona residencial.
Sólo por eso, Marcos pudo contar el cuento.
Las tragedias/pelotudeces en la vida de Marcos se fueron sucediendo unas tras otras. Como cuando intentó sacarse el piercing de la ceja con una moladora industrial. O cuando se quedó sin nafta y usó la técnica del bidón y la manguera, mientras se fumaba un cigarrillo.
Lo sorprendente era como Marcos tenía el mismo talento para la pelotudez como para sobrevivir a todas y cada una de sus hazañas.
Pero al fin de cuentas era sólo cuestión de tiempo.
Así fue que Marcos se juntó con sus amigos a ver el partido del domingo y después del asado, el chorizo, la morcilla, el pedacito de chinchulines que compartió con Claudio, las papas fritas, la ensalada mixta, el vino y el helado, llegó el momento del café. Marcos ya estaba más que satisfecho, pero él nunca supo decir que no al café con galletitas. Le encantaban todos los tipos de galletitas. Eran su debilidad. Y cuando vió llegar la bandeja recién sacadas del horno, se le hizo agua la boca. Después de comer la quinta galletita dijo: Pero qué ricas che, ¿de qué son? De nuez, respondió Gladis. Están buenísimas, concluyó Marcos. Claudio se quedó pensando y dijo, Che Marcos ¿vos no eras alérgico a la nuez? Al coco, dijo Marcos, al coco era alégico yo, a mi la nuez no me hace nad… No terminó la frase que ya estaba violeta y en el suelo. La ambulancia tardo 45 minutos en llegar.
Marcos vio la luz y se acercó hasta ella a ver si había alguien con un vaso de agua para bajar las galletitas, que las tenía atragantadas. Un hombre de barba y vestido de blanco lo estaba esperando.
Buenos días,
¿Tiene un vaso de agua? Es que me comí unas galletitas y …
Aquí tiene.
Marcos se bebió el vaso de agua de un sorbo.
¿Sabe usted donde está? Preguntó el señor de barba.
Marcos vio a su alrededor y vío que había un humo blanco por todos lados.
¿En un concierto de reggae?
No señor, usted ha muerto y está en el cielo. Y para entrar tiene que registrarse.
Uff, que bajón, odió que rellenar formularios. Respondió Marcos.
¿Nombre? Marcos Gutierrez. ¿Edad? 37 años. ¿Domicilio? Victorica 2346 PB A. ¿Código postal? Para qué el código postal?, ¿me van a mandar una postal o algo?
Aquí las preguntas las hacemos nosotros Sr. Gutierrez. Dígame ¿de que ha muerto?
Bueno hasta donde me acuerdo, estaba comiendo unas galletitas y me olvide que era alérgico a la nuez.
NO, disculpe interrumpirlo, señor gutierrez, pero si usted está aquí es porque se murió de pelotudo. A ver vamos de vuelta, ¿de que se murió?
Unas galletitas que.
De PE
No pepas no de nuez eran.
PE – LO
Disculpe no le entiendo.
De pelotudo Marcos, usted se murió de pelotudo. ¿No me entiende cuando le hablo?
O sea que las galletitas…
Nada, las galletitas nada, de pelotudo, créame. Las reglas son claras: a partir de ahora cada vez que le pregunten, usted tiene que decir que se murió de pelotudo. ¿Está claro? Esto lo hacemos para igualar los niveles de pelotudez, no sea cosa que nos vayamos a discriminar entre nosotros. Sería una pelotudez.
Y, un poco de sentido hace.
Genial, entonces no me queda más que decirle, bienvenido al cielo de los pelotudos señor Gutierrez, aquí tiene su pijama, sus sábanas y su gorrito de dormir con pompón.
Pero, ¿en serio me tengo que vestir así? Con este gorrito parezco un … ok ya entendí.
Marcos se despidió del señor de barba y caminó entre la niebla hasta encontrarse con un gran portón. En la puerta había un cartel que decía: EMPUJE. (Estimado señor pelotudo, por favor, antes de accionar, relea este cartel con atención)
Esto último confundió un poco a Marcos que decidió tirar, luego tirar de nuevo y por último y después de leer el cartel, tirar con más fuerza. Finalmente vino alguien de adentro y le abrió la puerta.
Marcos tenía un poco de intriga de saber como sería el cielo en el que iba a permanecer por toda la eternidad. Infló el pecho de aire y entró, no sin antes tropezarse con la única piedra que había entre tantas nubes.
La risa del resto de los pelotudos no se hizo esperar.
Marcos levantó la vista y conoció a sus compañeros de cielo. Augusto, entre risas, se acercó a ayudarle y le dijo, Tranquilo que no sos al primero que le pasa ni al último. Vení pasá. Conocé al grupo.
Todavía se escuchaban las risas de algunos cuando Marcos se acercó a saludar.
Hola buenas, soy Marcos.
En coro, todos los pelotudos dijeron: Bienvenido Marcos. Y luego se fueron presentando de uno en uno.
Así fue que Marcos conoció a Augusto, Rubén, Mónica, Walter y a Juan.
Las instalaciones estaban completamente a la altura de la situación. Carteles de Cuidado y peligro por todos lados. Todos los bordes tenían protección de goma espuma, la piscina no tenía parte honda y hasta el último detalle estaba cuidado para ser anti-pelotudos.
Vamos que te llevo a conocer el resto del lugar. Dijo Augusto y le hizo un gesto para que se suba de acompañante en su bicicleta con rueditas.
Marcos se subió sin pensarlo dos veces. Se colocó el casco, las coderas y rodilleras y emprendieron el viaje. Augusto lo llevó por todos lados y le presentó a cada pelotudo que pasaba.
Augusto y Marcos jugaron carreras de caballos en calesita, a los dardos sin punta y armaron un puzzle de 15 piezas. Y al poco tiempo ya eran amigos. Por lo tanto, Marcos se atrevió a preguntar:
Augusto, ¿de qué te moriste?
De pelotudo, igual que todos. ¿Por?
No en serio, contame, no te voy a juzgar, no seas pelotudo.
Augusto miró a ambos lados. Bueno, pero prometé que no le vas a contar a nadie.
Pasa que yo trabajaba en el Zoologico y claro uno se aburre, y entre los compañeros nunca falta el que empieza: A que no tenés huevos de meterte en la jaula del tigre blanco. Te faltan huevos. Tenés menos huevos que una rosca de pascuas. Y a mi nadie me dice rosca de pascuas.
En ese momento pasa un pelotudo en un triciclo: ¡Qué haces!, rosca de pascua.
Tu puta madre, hijo de puta! Se le fue la boca a Augusto. Bueno, ¿por dónde estaba? Por entrar en la jaula del tigre blanco.
Ah sí, pasa que como gran pelotudo que soy, dupliqué la apuesta.
¿Te metiste dos veces?
No pelotudo, me metí con dos bifes de costilla colgados en el pecho.
¡Qué pelotudo!
Ves porqué no te cuento. Al final sos como los demás.
No tranquilo, se me escapó.
Bueno el que no se escapó del tigre blanco fui yo. Y acá me tenés. ¿Y a vos que te pasó?
Marcos le contó su historia. Augusto se rió y estuvieron a mano.
Las primeras semanas pasaron rápidas, nadando con flotadores, tomando sol con protector 50, comiendo con cubiertos y platos de plástico. Sin embargo, algo en Marcos no estaba bien. Augusto y el resto del grupo se acercaron a hablar con él.
¿Qué te pasa Marcos? ¿Por qué ya no te divierte hacer collage con tijeras sin filo?
No se Augusto, a veces pienso que este lugar es perfecto para nosotros, demasiado perfecto. Tanta seguridad, tanta protección, no nos da lugar casi a hacer pelotudeces.
Pero de eso se trata Marcos, le dijo Rubén, éste es nuestro lugar, un cielo pensado especialmente para nosotros.
Sí, todo lo que quieras, pero lo que me pasa es que, en el fondo a mi me gusta ser un pelotudo, ¿me entendés? Yo nací un pelotudo y fui un pelotudo toda mi vida y ahora llego a este lugar y no puedo hacer nada. ¿Sabés hace cuánto que no me mando una pelotudez? ¿Y vos Juan, hace cuánto que no escupís contra el viento? Mónica, todos sabemos que desde que quisiste cambiar la bombilla de la luz interna de la piscina de tu casa que no te mandás ninguna. Rubén, no me hagas hablar. En serio, ¿a ustedes les gusta este lugar? ¿No sienten que disfrutarían más haciendo lo que mejor saben hacer?
¿Qué cosa? Preguntó Walter.
Pelotudeces Walter, pelotudeces. ¿De qué voy a estar hablando, pelotudo?
Bueno, pensándolo así, yo también hace rato que no…
Ves lo que digo, Agusto, este lugar nos coarta. Si realmente queremos estar a gusto aquí, las cosas tienen que cambiar.
Poco a poco y pelotudo a pelotudo, Marcos fue convenciendo a todos, incluso al barba de la puerta, de que el cielo de los pelotudos sería un lugar mejor sin tantas restricciones.
Hoy en día, cada nuevo pelotudo que llega al cielo, es libre de hacer todas las pelotudeces que quiera por toda la eternidad. Ya sea jugar al freesbee de fuego, o descongelar la heladera con una plancha eléctrica.
Después de todo, hay que ser muy pelotudo para morirte después de muerto.
Subscrever:
Enviar feedback (Atom)
3 comentários:
Muchas gracias por el relato,
¡Es muy bueno pelotudo! ;)
saludos!
Buenissssssimo!
Y sí, dá ganas de decirlo... PELOTUDO.
"... dupliqué la apuesta.
¿Te metiste dos veces?
No pelotudo, me metí con dos bifes de costilla colgados en el pecho". Que pelotudo, eso es epico.
Enviar um comentário