Almuerzo de Domingo.


Ese Domingo, Elena había salido a hacer las compras a la dietética de la esquina de su casa. Su nieta le había recomendado un cereal que no conocía: Cuscús. Le dijo que era bueno ya que tenía calcio, así que decidió comprarlo. Cualquier cosa que fortificara sus huesos era bienvenida a esta altura del partido.
Del otro lado de la calle, y demasiado lejos para que su cansada vista reconozca a alguien, lo vió a Enrique. A pesar del paso del tiempo su andar seguía siendo inconfundible. Venía de hacer una consulta con el médico. Sus problemas vásculo respiratorios se estaban complicando.
Habían pasado 19 años, 65 días, 20 horas, 33 minutos y 20 segundos desde que Enrique se fue de la casa. No se fue dando un portazo. No se fue llorando. Simplemente se fue. Dejando su plato sin terminar.

Tantos años de matrimonio habían convertido inevitablemente sus vidas en una rutina. ?El amor dura menos que las relaciones? decía él. Ambos necesitaban revivirse, volver a sentir sensaciones intensas.
Cada uno transitó los años de separación a su manera.
Tristezas. Descubrimientos. Alegrías. Entusiasmos. Soledad. Angustias. Euforias. Incertidumbre. Dolor. Aprendizajes. Crecimientos y de nuevo tristezas. Sin embargo, todo eso no lograba opacar el fuerte sentimiento que los unía. Algo dentro suyo había quedado instalado y por más que pasaban remolinos de las más diversas sensaciones no se iba.
En estos 19 años se fueron dando cuenta de la importancia de ser genuinos con ellos mismos. De conocerse, de ser los protagonistas de su propia vida. Pero esos años sirvieron tambien para valorar la importancia de sentirse acompañado. De compartir. De tener a quien mirar a los ojos y entenderse si necesidad de usar otro lenguaje. De sentirse felices por la felicidad ajena.
De desparramar amor más allá de ellos. La importancia de tener un compañero de vida.
Cuando sus miradas se chocaron una ola de imágenes empezó a invadirlos. Con los segundos esas imágenes se convirtieron en una marea de sentimientos.
Se abrazaron. Sin rencores ni palabras, simplemente se abrazaron, dando una lección de lo que es abrazar a otra persona.
Hablaron excusas un rato para mirarse. Buscaban detrás de aquellas arrugas, a la persona de años atrás. Y allí estaban. Puros, tal vez un poco más añejos.
Se fueron juntos. Tenían ganas de acompañarse.
Elena comenzó a preparar el Cuscús mientras Enrique recorría la casa recordando viejos momentos. Salteo cebolla de verdeo con champignones. Lo deslgazó con vino blanco. En paralelo preparó un caldo de verduras al cual le agregó un hongo seco. Elena le comentó que estaba preparando una receta que le había recomendado Jazmín. Él se rió. Jazmín le había dado la misma receta el mes pasado. Fuera del fuego, Elena mezcló las verduras salteadas con el Cuscús crudo, azafrán en hebras, almendras tostadas fileteadas y pasas de uva. Agregó 1 medida de caldo por 1 de Cuscús a la preparación y lo tapo con papel film. Lo dejo reposar por 7 minutos. Luego mezcló y espolvoreó cilantro picado.
Exactamente una semana atrás, Enrique había preparado la misma guarnición para acompañar una carne al horno. Carne que lejos estuvo de igualar el sabor de aquella que Elena preparara decadas atrás, cada domingo, casi como un ritual. Sentado en la mesa, Enrique la miraba como cuándo eran adolescentes. ¿Qué nos pasó? fue la pregunta que casi escapa de su boca. Pero ambos parecían haber firmado un pacto de silencio con sus miradas. Elena terminó de servir la comida y se sentó a la mesa. Se miraron. El propuso un brindis. Las copas se chocaron. Sin hablar del pasado, sin planteos, y casi sin quererlo, Enrique y Elena terminaron el almuerzo que habia empezado 19 años atrás.




Foto: Renato Lopes.

Chef Vegetariano.



Esta vez fue demasiado lejos pensó cuando leyó en el cartel de la entrada: ¨Especial del día: Foie Gras.¨ Definitivamente la situación no daba para más. Pensó en renunciar en ese preciso instante, pero el alquiler, el ingles de Tomás y el ballet de July le hicieron entrar al restaurant, saludar con una sonrisa, entrar a la cocina y ponerse el delantal y el gorrito que tan lindo le quedaba.
Aunque ese día le quedaba horrible, pues era una muestra de su complicidad.
Su pasión era la cocina, pero sus ideales le jugaban en contra.
Es que a decir verdad, él no eligió estar ahí. Él había comenzado a trabajar en el restaurant antes que exista el restaurant.
El tema fue que cuando ¨Veggie Taste¨ empezó a perder clientela, el dueño no tuvo más remedio que vender. Y Ricardo no tuvo más remedio que adaptarse a la situación. El restaurant paso en una semana de ¨Veggie Taste ¨a ¨Cualquiercosaqueatraigaturistas Taste¨. La semana pasada para ser exácto. La preparación y los títulos de Ricardo fueron suficientes para que los nuevos dueños no duden en contratarlo, o mejor dicho recontratarlo, o mejor dicho, dejar todo como estába.
El Lunes comenzó bien, con unas Brochetes con guarnición de papas rústicas con salsa de frutos silvestres. Bien porque de la parrilla se encarga Julio, parrillero profesional y carnivoro de nacimiento. La función de Ricardo eran las papas.
Cuando resolvió ser ayudante de cocina del restaurante de Don Carlos, no creía que este día iba a llegar. Ese día sintió que lo obligaban a descuartizar su infancia.
Allí estaba, delante de un hígado de pato sobrealimentado sin saber que hacer. Pensaba los pasos que tenía que realizar, los repasaba, los sabía de memoria. Pero sus manos no se movían. Su cuerpo entero estaba petrificado. Una impotencia sobredimensionada le entraba por la punta de los dedos. Lo recorría. Ya estaba invadido por ella. Harto es la palabra. Horrible la sensación. Renunciar pasó por su cabeza por segunda vez en el día. Su oficio contra sus creencias. Esta cuestión lo mantuvo ocupado un buen rato. Finalmente y lejos de resignarse, agarró tofu algunas zanahorias, unos puerros y un par de cebollas. Cortó el tofu en cubitos y los salteó en un wok con un chorrito de aceite a fuego lento por unos veinte minutos, mezclando constantemente para que no se queme.

Agregó las verduras picadas en cuadraditos y siguió cocinando por quince minutos más. En el medio agregó salsa de soja. Bastante. Una vez listo el salteado incorporó aceitunas negradas fileteadas.
En paralelo hizo un puré de calabaza. En una cazuela de barro volcó el salteado de verduras con tofú y las tapo con el puré para armar un pastel. Lo llevó al horno moderado durante treinta minutos. Cuando saco el plato del horno, estaba nervioso. Es que había realizado un Foie Gras especial. Un Foie Gras con 0,0000% de higado de pato. Pensó en bautizarlo como: Foie Gras a la Ricardo, pero le pareció poco original. Le entró la duda de si realmente el sabor sería el mismo. O por lo menos lo suficiente para hacerles creer a los clientes que estaban degustando el plato pedido.
Decidió probarlo. Agarró un tenedor, lo undió en la preparación y lo llevo lentamente hacia su boca. Era absurdo, pero no podía evitar sentir una pequeña culpa. Para él estaba por comer carne. Mantuvo la comida en su boca un instante y ahí se dió cuenta. Era inútil que él lo probara. El no sabía como era el sabor del Foie Gras original.
Los primeros clientes llegaron. El mozo tomó su pedido. El mozo entró a la cocina. ¨Foie Gras para la mesa ocho¨ dijo como si nanda, sin saber el martirio que estaba aconteciendo en la cabeza de Ricardo. Ya estaba jugado. Simplemente sirvió el plato, cerro los ojos y toco la campanita. El mozo entró y llevó el pedido a la mesa. Pasaron cinco minutos que para Ricardo fueron meses. El mozo volvió a entrar en la cocina. ¨El cliente quiere verlo.¨
Todo estaba perdido, su farza había sido descubierta. Pensó en el alquiler, en el balett de July y en ingles de Tomás. Se sacó el gorro, tomo coraje, un sorbo de vino blanco y salió al salón.
Sus manos temblaban. Un sudor frío sugió en su espalda. Parecía que caminaba en cámara lenta. En la mesa ocho lo estaba esperando una pareja de alemanes, o ingleses, de algún pais anglosajón seguro. ¨Señor, buenas noches. Usted pidió llamarme?¨ intentó decir sin tartamudeos. Sin contestar su saludo el hombre solto la pregunta ¨¿Cóumo esh su noumbrei?¨
¨Ricardo.¨ Dijo, mientras pensaba en algún amigo con un buen sofá cama para dormir.
¨Sr Ricardou, eshte esh the mejor Foie Gras que he probadou en años. Lou felicito.¨
Agradeció, saludo al cliente y recién cuando volvió a la cocina entendió lo que había sucedido.
Por más que hayan cambiado el nombre, para Ricardo siempre sería Veggie Taste.




Ilustración: Mico.