Esta, es la historia de María Angélica Muñóz. Una historia de poco presente y mucho pasado.
María Angélica es, o era, o es (más adelante en el relato, darán cuenta de porqué es difícil establecer tiempos verbales cuándo se habla de ella.) una mujer que vive de los recuerdos.
Todos tenemos una tía que relata siempre las mismas anécdotas, hasta cuenta los mismos chistes una y otra y otra vez, chistes de los cuales todos estamos obligados a reírnos como si fueran nuevas, por simple cortesía.
Ella es la típica persona que afirma, con total seguridad, que todo tiempo pasado fue mejor.
Que antes los políticos eran menos corruptos, que los chicos respetaban a sus mayores y que todavía quedaban costumbres.
El gusto musical, los libros de su biblioteca y las películas preferidas de María Angélica se puede resumir en una palabra: Clásicos.
María Angélica no se subió nunca a la era digital, no tiene ni mail, ni ciberamigos y la letra @ no llegó a entrar en su diccionario.
Sin embargo un artículo fruto de la era moderna sí entró en su mundo. Un producto de la tecnología sí logró ser parte de su día a día. No ha sido el lavavajillas, ni la multicheff, ni el microondas. Todos estos electrodomésticos no hacen más que adelantar los procesos y que el futuro llegue más rápido de lo debido. Quién conoce a María Angélica, sabe que ella no dejaría nada de eso entrar en su cocina.
Pero cuándo le informaron que existía un aparato que hacía que los productos se mantuvieran su estado natural durante más de seis meses, que lograba que el tiempo quedara estanco, como si apretase el botón de pausa en la video-cassettera, no pudo resistir a la tentación.
Así fue que María Angélica se compró su primer freezer.
Fotos, videos, grabaciones, todos estos recuerdos no eran comparables con lo que María Angélica podía conseguir con un freezer.
Ella quería sentir y para eso tenía que conectarse con más de dos sentidos.
Él que dice que nunca fue arrastrado a un lugar y un momento en el pasado gracias al aroma de un plato o a una cucharada de postre, miente.
¿Quién no vivió esas milésimas de segundos en que creés volver a ese instante de niñez, que tras un suspiro, se desvanece?
Así fue donde María Angélica encontró la solución a su necesidad de revivir lo vivido. En la comida. Pero no era cuestión de aprender recetas y repetirlas, ya que todas tienen su secreto y la mano de quién la prepara.
María Angélica se dio cuenta que congelar comidas era una posibilidad de revivir lo que quisiera cuando quisiera, sin depender de nadie.
Todo empezó con el cumpleaños de su hija de 15, sobraron varias porciones de la tradicional torta rellena con dulce de leche, crema y frutillas. Descongelarla luego de 2 años era como revivir su entrada al salón con ese vestido y las flores, los tíos sacando fotos, las lagrimas de las abuelas, el vals, el carnaval carioca, todo.
Lo mismo sucedió con el risotto de habas y tomates confitados que cocinó para el trigésimo aniversario de bodas con Nestor. O con el lomo a la pimienta que preparó el día que se enteró que iba a ser abuela.
Muchos rotulan los tupper en el freezer con el nombre de la comida, como para no terminar descongelando un sabayón para acompañar un pollo, creyendo que es un puré de papas.
María Angélica en cambio, coloca fechas, como si fueran vinos en una bodega. Esperando a que los recuerdos se añejen.
Mientras algunos congelan las sobras de cada día, como una buena manera de contribuir a la economía del hogar, María Angélica convirtió a la parte de arriba de la heladera, en una máquina del tiempo.
La posibilidad de encontrarse una y otra vez con la comida que había preparado tiempo atrás, con el mismo sabor, la misma textura y frescura, seducía tanto a María Angélica que empezó a cocinar de más, sólo para congelar y seguir recordando.
Descongelar masas exclusivamente en horno; no congelar preparaciones con huevo duro; envolver el pan en papel absorbente pasar unos segundos en microondas y luego darle un toque de horno para que parezca recién horneado; saber que se puede descongelar y volver a congelar carnes cuando cambian de estado; son algunos de los tantos conocimientos que le permitieron congelar cada vez más y terminaron por obsesionarla.
Gracias a esa obsesión de congelar fue que María Angélica tuvo un consuelo el día que Nestor murió.
Fue trágico y dramático para toda la familia, en especial para ella.
Pero cuándo todos lloraron hasta secarse los ojos de lágrimas, cuándo todos dijeron grandes palabra sobre su hombre y compañero de vida. Cuándo ya todos le dieron el pésame. Cuándo se encontró de nuevo en casa poniendo la mesa para ella y una silla vacía, fue que se dio cuenta.
María Angélica fue hasta el living, puso una canción de Rita Pavone, descorchó un vino, abrió el freezer y descongeló una pequeña porción del risotto de habas para cenar una vez más, con su amado Nestor.
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